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cho que me vayáis a servir. Por lo pronto, de
vosotros dos, uno sobra, eso seguro. Y lue-
go, ya sé cómo sois los chiquillos. A lo más
que llegáis es a asustar a las cabras, pero
guardarlas..., ¡eso es otra cosa!
—No las asustaremos, señor -aseguró Se-
lim-. Seguiremos al pie de la letra los conse-
jos de Ahmet, el pastor.
—Bueno, eso ya se verá -dijo Rahmi.
—¿Cuánto vamos a ganar? -preguntó Selim
con timidez.
—¿Que cuánto vais a ganar...? ¡Pero bueno!
Demostradme primero lo que sois capaces
de hacer y hablaremos del asunto el domingo
que viene.
Selim era muy poco lanzado en ese tipo de
discusiones, y miró a Zuffu con aire de inte-
rrogación. ¿Por qué no intervendría él?
—Encontraréis a Ahmet con el rebaño al otro
lado del cerro -dijo Rahmi-, porque él está
trabajando desde el amanecer. Tendréis que
salir de la cama más temprano de ahora en
adelante, muchachos.
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