Page 153 - Luna de Plutón
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bien el agua era la bendición más grande que la naturaleza le había obsequiado a
Titán, el aire fresco, el ambiente diáfano y el oxígeno puro debían estar de segundos,
puesto que era realmente revitalizador y sano. Era como poder respirar el aroma verde
de las plantas. Se echó a un costado de las escaleras para admirar los valles verdes,
cuando, de súbito, vio aparecer por la colina un punto negro, que pronto, al acercarse
a gran velocidad, tomó la forma de una carreta negra, lujosa, redondeada, tirada por
unos enormes caballos negros con imponentes cuernos que parecían cornucopias, y
largas colas de diablo, que zarandeaban latigueando el aire. El mayordomo, Kann, era
el que azuzaba a los caballos con un látigo.
Quedó tan absorto por la visión que no le quitó la vista de encima al coche hasta
que se detuvo frente a la casa. Las bestias tenían ojos rojos y pupilas negras y
chiquitas.
—Buenos días, sir preciosísimo Knaach de Ravencourt III —dijo el anciano, con
su voz profunda y melodiosa.
—B… Buenos días.
—¿Ya están listos? Hemos decidido venir un poco más temprano porque
estábamos aburriéndonos en el palacio, pero no quiero apurar a los niños, así que
pueden tomarse el tiempo que necesiten.
La puerta trasera de la carroza se abrió, dejando ver a Hermoso, quien tenía
delgadas líneas de protector solar colocadas en la mejilla y la nariz, para resguardarse
del sol. Al ver a Knaach, apenas pudo reprimir una sensación de nerviosismo
mezclado con ases de reproche.
—Buenos días.
—Buenos días —gruñó Knaach.
En ese momento, la puerta de la casa se abrió.
—Buenos días, señor Panék.
—Buenos días, Hermoso.
—No hay rastros de la nave espacial donde escapó Metallus, lo he escuchado esta
mañana en el noticiero de las cinco.
—Lo sé, muchas gracias.
—Como Hermoso ha estado muy afectado por los lamentables sucesos de ayer, se
ha levantado esta mañana muy temprano para ver el noticiero —explicó Kann.
Tras la cabeza del enorme león se asomó el rostro oscuro de Precioso. Este tenía
puestos unos lentes de sol y en su cuello podían verse rastros de talco.
Knaach pensó en las penurias que tenía que pasar el pobre mayordomo para
arreglarlos y lidiar con sus caprichos todas las mañanas. Sintió pena por el viejo elfo.