Page 150 - Luna de Plutón
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                                           OTRO DÍA EN TITÁN





       Después de la cena (que resultó terriblemente penosa para Knaach, que se había
  ido a comer en una esquina, solo, con cabeza baja), le prepararon una cama justo al

  lado de la de Hathor, en el cuarto donde dormían los tres niños.

       Cada vez que intentaba cerrar los ojos, el león se veía a sí mismo pasando otra vez

  por el pueblo, siendo escrutado silenciosamente por los elfos, quienes habían salido a
  las puertas de sus casas para observarlo severamente…

       Hermoso, Precioso y el mayordomo incluidos, que habían caminado tras él para

  acompañar a Panék y los tres niños hasta la salida del pueblo.
       Durante la cena, la familia reunida habló poco, pero Knaach no quería ni saber

  qué decían. Ahora se hallaba ahí, en la semioscuridad. La noche era el único momento

  en que el inmenso espectro de Saturno (fuente de luz de la luna) desaparecía del cielo

  titaniano para darle la cara al sol, el cual se veía, desde ahí, como una bella estrella
  fugaz que prestaba una intermitente luz plateada. El león, con la cabeza apoyada a una

  almohada, se sentía melancólico. Se giró, como si con ello pudiese dejar de ver las

  imágenes proyectadas por su propia conciencia, y su campo de visión fue a parar en

  un primer plano completo del rostro de Hathor, quien estaba despierto, acostado en la
  cama vecina, arropado hasta el cuello, viéndolo con los ojos bien abiertos.

       Knaach no pudo evitar poner una mirada melodramática.

       —Oye, Knaach…
       —¿Sí?

       —¿Con quién querías comunicarte esta tarde? ¿Por qué era tan secreto?

       —¿Acaso se notó mucho que quería que fuese secreto?
       —No, es porque lo oí cuando hablabas con el zellas —susurró.

       Knaach apretó la boca, moviendo los bigotes.

       —No sabía que los elfos también poseyeran un superoído.

       —Solo yo…
       —¿Qué?

       —Que solo yo pude oírte, los demás no.

       —¿Solo tú posees esa capacidad de audición? —preguntó, sorprendido—. A ver,

  ¿cuánto de la conversación pudiste oír?
       —Todo —contestó el chico, con serenidad. Luego hizo una pausa breve y, viendo
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