Page 152 - Luna de Plutón
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gustaría  saber,  supongo  que  a  ustedes  los  elfos  no  les  afectan  tanto  esos  temas,  es

  decir,  bueno  —balbuceó,  tratando  de  no  cometer  el  error  de  llegar  a  decir  algo
  inapropiado—… lo toman todo con mucha mística…

       —… y meditación.

       —Sí, meditación, eso también.

       Hathor  sonrió  con  los  labios,  y  esto  produjo  que  Knaach  también  lo  hiciera,  y
  sintiera, inclusive, ganas de reírse. Sobre el ala de la casa donde dormían los chicos,

  podía verse el extenso panorama de hermosas colinas, y el mar bañado en una tenue

  luz de plata.












       Panék despertó a los niños más temprano de lo habitual usando el método con el

  que  siempre  solía  hacerlo:  echándoles  agua  fría.  Los  niños  se  sentaban  sobre  sus
  camas  de  golpe,  despabilados,  con  sus  largas  y  rubias  melenas  húmedas,  excepto

  Knaach, quien se cayó de la cama enredado en sus propias sábanas.

       —Hermoso y Precioso los han invitado a pasear en carreta, prepárense ya.
       —¡Ufa!  —gritó  Pisis,  emocionada  y  tan  lúcida  que  pareció  no  haber  sido

  despertada de un sueño de horas.

       —Tepemkau  se  pregunta  qué  tan  lejos  nos  van  a  llevar.  ¿Papá  Panék,  de

  casualidad sabes?
       —No,  no  lo  sé  —respondió  este,  levantando  a  Hathor  y  colocándoselo  a  los

  hombros—. Ya se lo podrás preguntar tú mismo cuando nos vengan a buscar, pero

  ahora debemos ir a desayunar.

       Knaach estaba recogido sobre sí mismo, como un perro regañado, a un lado de la
  cama.

       —Por cierto, peludo —dijo, dándose media vuelta antes de cruzar la puerta—, a ti

  también te han invitado, así que ve a comer.
       Luego  de  tomar  un  buen  desayuno  (conformado  por  huevos,  tocineta,  jamón,

  buñuelos, avena, tostadas, waffles, chocolate y bizcochos), los niños se fueron a vestir

  a  su  cuarto,  colocándose  unos  atuendos  limpios,  mientras  que  al  león  le  costaba

  deglutir la impactante visión de ver a los chicos tragando. Estaba seguro de que ni
  Claudia comía así. Sintiéndose con la panza más inflada que nunca, se bajó de la silla,

  y caminó lentamente hasta la puerta de la casa, para que le pegara la brisa matutina. Si
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