Page 154 - Luna de Plutón
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Justo en ese momento, la puerta de la casa se abrió, y los tres niños salieron
formando una fila india. Todos vestían atuendos para salir, parecidos a los del día
anterior: un chaleco de cuero fino (pero esta vez negro y no marrón) con unos
pantalones de seda suave, blancos, abombados. En ese mismo orden se subieron a la
carroza, uno por uno. Cuando Knaach puso sus dos patas delanteras sobre el pedestal,
para subirse, Hermoso y Precioso arrugaron un poco la cara, dejando entrever que
tenían esperanzas de que el otrora león hubiese decidido no acompañarlos en el viaje.
Asimismo, él procuró abrirse un espacio (aunque muy apretado) entre los tres chicos
para no tener que sentarse junto con ellos. Panék iba acompañando a Kann adelante.
El tirón que hubo a continuación, y que puso a la carroza en marcha, le hizo
recordar al tren aéreo. Como si los chicos supiesen del roce de Knaach hacia Hermoso
y Precioso y a su vez la aversión de estos hacia él, guardaron silencio los primeros
minutos del viaje, los cuales se hicieron infinitamente largos. Sin embargo, cuando
Pisis habló, quedó en evidencia que el silencio no se debía a que ellos hubiesen
advertido ningún inconveniente entre los felinos, sino a otra cosa, al parecer mucho
más importante.
—¿Creen que los adultos estén hablando de «eso»?
—Tepemkau sabe que sí.
Knaach giró la cabeza para ver a los dos chicos, y luego hacia Hathor, que estaba a
su izquierda.
—Cada vez que están solos hablan de «eso», ha sido así desde hace un año —dijo,
como si estuviese quejándose.
—Pero cada vez que Tepemkau le pregunta a papá Panék sobre «eso», él se enoja
y hace como si le fuera a dar una tunda.
—Claro, porque es secreto —explicó Pisis— y uno muy grande, no veas.
—Yo oigo a papá Panék salir casi todas las madrugadas de la semana y volver
temprano en la mañana —informó Hathor.
Knaach recordó la potente y extraña habilidad auditiva del chico. No lo había
hecho desde que despertó, por poco pensó que su conversación con él había sido un
sueño. También le pareció admirable que no revelara a sus hermanos las cosas
privadas que debía escuchar decir a los mayores.
—¿A qué se refieren? —preguntó Knaach—. ¿Qué es «eso»?
—Tal vez son cosas de las que no deban hablar ustedes —atajó Hermoso,
viéndolo severamente— y menos a extraños que no deben enterarse sobre el devenir
privado de la alta alcurnia de los elfos.
—Muy cierto —retachó Precioso.