Page 176 - Luna de Plutón
P. 176
Y… No fue por miedo, solo no sentí la necesidad de hacerlo. Pero supongo que
nací en Titán, pues me parezco a ellos. ¿Tú sabes dónde naciste?
—No —contestó el león, suspirando—. Siempre ha sido un misterio para mí, más
bien para nosotros, los leones, no sabemos de dónde venimos realmente.
—Entonces tú y yo estamos en iguales condiciones, ¿verdad?
—Sí —asintió Knaach, sonriendo, y observándolo—. Me parece que sí, Hathor.
En ese momento, la puerta automática se abrió, y adelante pasaron Hermoso y
Precioso, quienes estaban enfrascados en un acalorado debate.
—Me parece que la de las trencitas en el pelo es perfecta para nosotros.
—Pues yo creo que el que nos condujo hasta nuestras literas es más competente,
educado y formal. Pero el copiloto se ve como buen cocinero… Oh, hola…
—¿Qué hacen?
—Estamos escogiendo a un nuevo mayordomo.
—O mayordoma…
—Sí, estamos llevando a cabo una misión para determinar quién es lo
suficientemente eficaz, pulcro, delicado y atento para atender nuestras necesidades
diarias.
—Sí, y hacer todo esto me ha dado mucho hambre. ¿Ustedes saben dónde queda
la cocina en esta nave? Me gustaría un pie de chocolate.
—No —contestó Knaach, con aspereza.
—Oh, bueno, entonces seguiremos buscando.
La pareja pasó de largo, llevándose su discusión con ellos.
—Es una lástima que, de un modo u otro, no puedas dejar de escuchar a esos dos
—se lamentó el león, a lo que Hathor correspondió con una pequeña risa.
—¿Qué te parece si seguimos recorriendo la nave por nuestra cuenta?
—Vamos.
El león y el niño no tardaron mucho en ser vistos dentro de la Sala de Máquinas,
un lugar irradiado por luz naranja, alargado como un silo, con extraños, sendos tubos
transparentes a cada lado, cada uno con una especie de líquido energético que, de
algún modo, daba energía a la nave. Había cámaras selladas, donde oficiales
ingenieros, vistiendo gruesos trajes que los aislaban por completo del exterior,
manipulaban raras gemas incandescentes y las colocaban dentro de bocas redondeadas
a los lados de complejas computadoras que, con barras porcentuales, mostraban la
capacidad energética que tenían los cañones de La Anubis.
Al pasar por un largo pasillo negro cruzaron una puerta, que los llevó al lobby de
descanso de la tripulación; un lugar espacioso con muchos sitios para sentarse dentro