Page 177 - Luna de Plutón
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de un área con forma de disco que estaba rodeada de ventanales y una elegante fuente

  en medio, donde estaba la estatua de una elfa en piedra blanca y limpia.
       Ahí,  sentado  en  una  de  las  mesas,  se  encontraron  con  el  anciano  Kann,

  conversando con Tepemkau.

       —Parece  que  el  excelentísimo  lord  felino  y  Hathor  estuvieron  recorriendo  la

  nave…
       —Tepemkau se animará a hacerlo más tarde, primero quiere sentarse y beber algo

  —dijo el chico.

       —La Anubis es sin duda impresionante —repuso Knaach—. He estado en varias

  naves, pero esta sin dudas es la más moderna.
       —Me siento agradecido por el comentarios —le contestó el anciano—. Yo mismo

  ayudé a diseñarla.

       —¿Es verdad que los ogros fueron vistos cerca de Titán?
       —Sí. A bordo de una cosa horrible que, según sabemos, llaman Tungstenio.

       —A Tepemkau no le gusta nada ese nombre, suena a patada en el abdomen.

       —A mí tampoco, pequeño, pero por una razón distinta que la tuya; el tungstenio
  es en realidad el nombre del metal más duro y resistente conocido en el Sistema Solar.

  Por supuesto, no nos tranquiliza que la nave de los ogros tenga ese nombre.

       —¿La Anubis puede vencer a la Tungstenio?

       —Esperamos que sí, Hathor.
       Para  Knaach,  la  conversación  tomó  un  matiz  incómodo,  áspero.  El  tema  de  los

  ogros siempre le revolvía la cabeza al león: antes de una forma nostálgica, ahora de

  una forma más oscura y fría. Plantándose frente a ellos con dura firmeza militar, un

  joven elfo se reportó ante Kann.
       —No han habido novedades, señor.

       —Gracias, alférez. Es la segunda vez que ha venido usted aquí, a reportarme el

  estatus general, y no dudo en que si no le digo nada, vendrá una y otra vez, así no
  suceda nada en semanas. ¿No le gustaría sentarse y charlar con nosotros?

       —Lo siento, señor. No puedo —contestó, como un autómata—. Debo cumplir con

  mi deber, señor.

       —Y sin embargo, no tienes más deber que hacer una ronda y volver aquí, para
  decirme lo mismo.

       —Preferiría hacerlo así, señor. Pues nunca se sabe, señor.

       —¿Está seguro?

       —Sí, señor.
       En  ese  momento,  se  abrió  la  puerta  automática  del  bar  y  entraron  Hermoso  y
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