Page 173 - Luna de Plutón
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—Cuarenta por rebeldía y desobediencia.

       Estuvo a punto de protestar, de pedirle a Panék que no lo hiciera, pero algo en el
  interior le aconsejó que lo mejor era guardar silencio. Todo lo que hizo fue ponerse al

  lado de Hathor una vez hubo terminado su castigo. Se impresionó y conmovió al ver

  que el chico no sollozaba, a pesar de que bajaban lágrimas de sus mejillas.

       El padre se levantó de la silla y encaró a Knaach.
       —Peludo, te agradezco mucho lo que hiciste y me considero en deuda contigo.

       Hermoso y Precioso levantaron sus miradas para ver a Panék.

       —De  no  ser  por  ti,  mis  hijos  y  estos  dos  hubiesen  muerto  aplastados  por  los

  escombros del palacio. Te deben la vida. Gracias.
       La puerta óvala se abrió nuevamente, dejando pasar a Kann. Apenas lo vieron,

  Hermoso  y  Precioso  se  apresuraron  a  hacerse  los  ofendidos.  Ambos  felinos,  al

  unísono, vieron hacia el lado diametralmente opuesto de la habitación a donde estaba
  el anciano elfo. Panék se dio media vuelta y se detuvo a un lado de él.

       —No han encontrado todavía la nave de los ogros —dijo este.

       —¿Te refieres a la Tungstenio?
       —Sí.

       —Volveré a la cabina.

       Cuando se hubo ido, y quedaron solos con el mayordomo, este vio con profunda

  compasión a los niños.
       —Ahora me encargaré de acomodarles una habitación. Menudo disgusto han dado

  a su padre. ¿Es que acaso no saben que aquí están arriesgando la vida y que eso es lo

  último que él querría? Hathor mostraba un rostro duro, de expresión testaruda.

       —Y no esperaba ver a los magníficos lords aquí —repuso luego, gravemente.
       —Estamos sumamente ofendidos —declaró Hermoso.

       —Ofendidos y dolidos —recalcó el otro.

       Kann se encogió de hombros.
       —Les pediría una y otra vez perdón durante todos los días hasta el momento de

  mi muerte, pero…

       —Pero  nada  —lo  interrumpió  Precioso—.  No  nos  dijiste  nada  sobre  esta  nave,

  todo este tiempo nos has estado engañando.
       —Engañando con alevosía, has traicionado nuestra confianza.

       —Nos has traicionado, así es. Y además, nuestro palacio quedó destruido…

       —Tengan  en  cuenta,  sus  excelencias,  que  a  nuestra  llegada  a  Titán  lo

  reconstruiremos de inme…
       —¡Nada!  —gritó  Hermoso—.  ¿Y  dónde  dormiremos  mientras  tanto,  eh?  ¿Y  la
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