Page 179 - Luna de Plutón
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Hermoso y Precioso contuvieron un grito histérico, a medida que sus ojos se
ensancharon y sus frentes se arrugaban.
—Ustedes fueron vendidos por un circo plutoniano hace muchos, muchos años.
Deben recordar que la capacidad de vida de los leones es aún más extraordinaria que
la élfica —explicó, con aflicción—. En aquel entonces yo era un viajero adulto, en
búsqueda de conocer nuevas especies. Un mercader de muy pocos escrúpulos me
puso a la venta a tres cachorros de león, sin embargo, yo, en aquel entonces, solo
tenía dinero para comprar dos (todo el dinero que me restaba, de hecho). Por más que
le supliqué, por más que le rogué, por más que intenté engatusarlo, no me dejó
llevarme el tercero… La euforia de Knaach se fue apagando poco a poco, como un
fósforo.
—Desde que lo vi por primera vez en la puerta del palacio, supe que ese cachorro
era Knaach, y aun yo, que pensé haberlo visto todo en casi mil años de vida, no dejé
de sorprenderme de verlo en Titán, ya convertido en… Casi un adulto.
Precioso gimió, llevándose una pata al hocico.
—Mientras más fui estudiándolos con el transcurso de los años, más fui
aprendiendo de su conducta, su forma de ser imperiosa y envanecida. Es por ello que
supe que la atmósfera ideal para criarlos era hacerlos sentir como reyes, y la sociedad
élfica me cedió el palacio de Hamíl, que siempre fue un museo, como hogar para
ustedes, y así mantenerlos en su hábitat ideal. Huelga decir que el pueblo siempre
contribuyó a seguirles la corriente desde la primera vez que los llevé a dar un paseo.
—Eso quiere decir que… ¿No somos de la Familia Real? —preguntó Hermoso,
con un hilo de voz.
Kann sacudió la cabeza, lentamente.
—Pero, pero… ¿Y las pepitas de esmeralda negra que me sacabas todas las
noches?
—Garrapatas.
Hermoso puso los ojos en blanco, y se desmayó.
El otro león trastabilló y también cayó al suelo en estado de shock. El tenue
zumbido monótono que producía la nave fue lo único que se escuchó durante el
siguiente minuto de silencio.
—¿Y entonces, de qué lugar venimos nosotros? —interrogó Knaach, viéndolo a
los ojos.
—Créeme, Knaach, que en mi condición de veterinario, y sobre todo de científico,
el encontrar respuestas a las cosas, desde aun antes que tú nacieras, ha sido el norte de
mi vida: por más que lo interrogué y pedí respuestas, el hombre era solo un trabajador