Page 185 - Luna de Plutón
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—¡¿Me puedes decir por qué nos han visto?! —preguntó su rey, abrochándose un

  cinturón.
       —Era una cuestión de tiempo, y lo sabes, viejo porfiado —le contestó—. Te he

  dicho que lo mejor era ocultarnos cerca de la superficie de Saturno, pero tú siempre

  tienes que hacer las cosas a tu manera. Suficiente hice yo con mantenernos invisibles

  todo este tiempo.
       —¡La confianza sí que da asco, Rockengard, mira la forma en que me hablas! ¡Yo

  pensé  que  en  el  último  lugar  que  nos  buscaría  la  Hermandad  Federal  de  Planetas

  Unidos sería en Titán y…!

       —Yo pensé, yo pensé… —lo remedó el anciano—. ¡Lo que usted tenía que pensar
  era que los elfos también se iban a construir su nave guerrera de primera clase! Ahora

  mira el lío en que estamos metidos.

       La  Anubis  parecía  un  monstruo  salido  de  un  volcán,  acercándoseles  por  el
  monitor principal.

       —¡¡Suficiente democracia por hoy!! —gritó el rey—. Ahora lo que necesitaré es

  toda tu experiencia como estratega. Confío en ti. ¡Vamos a volar esa boñiga de nave
  en  pedazos,  y  usaremos  sus  partes  como  retretes!  Los  ogros  que  operaban  las

  máquinas y controles de la cabina gritaron en aceptación.

       —¡Su excelencia, la nave de los elfos quiere entablar una comunicación directa!

  Su «Shah» quiere hablar con usted.
       —¡Hohoho! Me tienta dejarlos esperando veinte minutos en línea, pero está bien,

  comunícalos.

       La pantalla que mostraba a la monstruosa y sublime Anubis fue reemplazada por

  una nube de interferencia grisácea y, segundos después, por el rostro felino de Panék.
  Metallus lo vio directamente a los ojos por varios segundos, en silencio. Por un súbito

  instante, el rey de los ogros se vio a sí mismo de vuelta en Titán, aquella noche. Volvía

  a sentir el peso de su hija entre brazos, volvía a sentir la presencia de aquella elfa,
  Marion, quien lo había retado. La pesadumbre le subió al pecho.













       —¡Tanto tiempo! —exclamó—. ¡Me acuerdo de tu rostro, pero no de tu nombre!
       Calizo  Popsttone  entró  apresuradamente  al  aposento  de  Claudia  y  empezó  a

  empujar la cama sobre la que ella dormía.
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