Page 211 - Luna de Plutón
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mientras que los bordes de la puerta empezaron a despedir electricidad y vapor. El

  cinturón de seguridad de uno de los ogros no consiguió contener el inmenso cuerpo
  del soldado por más tiempo y se rompió, dejando salir su cuerpo, que rodó por el

  suelo, sin control, y arrolló a Rockengard.

       El otro torpedo cayó cerca del primero y el campo de energía de la Tungstenio

  colapsó.  Un  soldado,  que  estaba  subiendo  a  través  de  un  elevador  al  cuarto  de
  máquinas,  vio  cómo  el  aparato  primero  tembló  y  luego  perdió  los  soportes,

  precipitándose al vacío, junto con él. En la Sala de Ingeniería una ogro llevaba su bata

  de  laboratorio  en  la  mano  y  le  daba  golpes  con  ella  a  otro,  que  tenía  la  espalda

  prendida  fuego,  mientras  que  todos  los  monitores,  al  unísono,  estallaban.  Otro,
  gritando, presenció cómo el techo se agrietaba primero y luego se abría, dejando caer

  todas  las  columnas,  paredes,  computadoras,  máquinas,  motores  y  tripulantes  de  la

  Sala de Máquinas, que era el piso de arriba. La alarma general de la nave se disparó,
  siendo  acallada  únicamente  por  el  rugido  de  fuego  que  envolvía  a  los  pasillos,  y

  arrollaba, en un tornado de puertas, escombros y todo cuanto hallaba en su paso.

       —Fuego otra vez —ordenó Panék.
       El torpedo entró directamente al casco de la Tungstenio, e hizo explotar parte de la

  armadura de la nave como un géiser; el borde derecho del disco empezó a transpirar

  fuego, a medida que un millar de vigas entrelazadas quedaba al descubierto.

       Claudia se aferraba con todas sus fuerzas al arnés, el cual se aflojaba poco a poco;
  los gruesos tornillos empezaban a salirse de sus agujeros, y la silla sobre la que la niña

  estaba sentada se partió en dos, dejándola en una posición muy incómoda.

       Aquello  fue  suficiente:  Claudia  presionó  el  botón  verde  y  ella  misma  tuvo  que

  zafarse.
       —¡Papá, allá voy!












       La algarabía en la nave de los elfos era maravillosa, todos gritaban, se abrazaban

  entre sí, como peces flotando. Los soldados corrían anunciando la victoria en todas

  las secciones de la nave, mientras que los elfos, contrario a su forma de ser, vivían un

  momento de euforia.
       Hathor  había  abierto  los  ojos  lentamente,  despertado  por  los  tripulantes  que

  entraron a través de la puerta. Lo primero que vio, y que quería ver, era a Knaach,
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