Page 212 - Luna de Plutón
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quien seguía a su lado.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó a un soldado.
—¡La batalla ha acabado, pequeño!
¡Tu padre derrotó a la Tungstenio!
De la nariz y la frente de Metallus corría sangre. El lugar estaba a oscuras, frío, en
el techo solo quedaba una tenue luz azulada. El lugar parecía en ruinas, nada estaba en
su lugar. Levantó el brazo para apartar el cadáver del piloto, que estaba encima suyo, y
se puso de pie, poco a poco. Tuvo que colocar un brazo sobre sus ojos para ver a
través del boquete en la pared que antes tenía una puerta, y desde donde entraba luz
brillante, que provenía del pasillo.
Todas las computadoras estaban quemadas, el rey de los Ogros no podía escuchar
más que los latidos de su propio corazón, pensó, con tranquilidad, que se había
quedado sordo, pero un crujido que vino del frente le confirmó que no era así, que
solo había un silencio de muerte en su nave. Rockengard tenía las piernas aplastadas
entre un amasijo de vigas y computadoras, y tosía; la expresión de su rostro denotaba
mucho dolor. Metallus se acercó y empezó a levantar las gigantescas vigas de
tungsteno que aprisionaban a su amigo, echándolas a un lado.
—¿Puedes caminar? —resolló, sofocado.
—Pienso que sí, pero me he roto unos huesos —musitó el anciano, abriendo
apenas los labios, moviendo los bigotes y la barba.
Rockengard se puso, con ayuda, de pie. Una de las hombreras de su armadura
estaba rota. Metallus lo condujo y lo sentó en la silla principal.
—Descansa aquí.
El rey de los ogros se asomó por la puerta, por un momento, parecía que cruzaría
el umbral al mundo de la muerte. Intentó reconocer algún sonido a lo lejos, algún
indicio de que alguien seguía con vida.
—Sala de Comando a la cabina. Sala de Comando a la cabina. ¡Que alguien me
responda!
—Aquí, Metallus —contestó el ogro, precipitándose hacia el tablero de donde salía
la voz, y apartando trozos de metal de en medio del receptor.
—Su Majestad, es un gran placer saber que… Usted está bien.