Page 217 - Luna de Plutón
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de anillos alrededor de Galatea y se detuvo con extrema precisión frente al largo y
ancho puerto. Tres nereidanos, quienes se cubrían con numerosos harapos largos y
oscuros, incluso deshilachados, estaban esperando. Eran bajitos, sus brazos regordetes
y cortos parecían las patas de una oruga, y sus cascos con forma de burbuja
mostraban únicamente una arremolinada tormenta de vapor que no permitía dejar ver
sus rostros, salvo en ocasiones los ojos, que eran completamente grises, fuera de la
órbita de los cuencos oculares.
Osmehel Cadamaren, vistiendo su característico traje blanco, con el símbolo de un
enorme diamante de cartas dibujado en la espalda, parecía un gigante al lado de ellos.
En su cara se dibujaba una larga sonrisa hipócrita. Tras él venía Mojo Bond, con una
venda tapando su nariz, desempolvándose los hombros, y mostrando cierta reticencia
a acercarse mucho a esas criaturas de aspecto enfermo. Desde arriba, Cadamaren pudo
observar uno de aquellos acuosos ojos asomarse entre la neblina de la escafandra de
un nereidano, sostenido por unas delgadísimas y palpitantes terminaciones nerviosas.
—Lo esperábamos, Cadamaren —le habló una voz oscura y jadeante, directo a su
mente.
—Como siempre, muy atento y cortés, monsieur Chakross. ¿Me permite tomarme
el atrevimiento de abreviar su nombre y dejarlo solo en Chakross, verdad? Si intentara
pronunciarlo completo, y eso contando que sea capaz de hacer tal cosa, me tomaría un
minuto entero.
—Como usted quiera —contestó el jadeo palpitante, acuoso dentro de su mente.
El científico y Cadamaren caminaron uno al lado del otro a través del puente, con
la bóveda estrellada del universo rodeándolos. Mojo veía con bastante asco a los
nereidanos que caminaban tras él, a medida que todavía intentaba explicarse por qué
su jefe se había mandado aquel discurso sin que nadie le dijera una sola palabra, pues
no estaba al tanto de que tenían habilidad telequinética y, por lo tanto, no había
escuchado nada. Cuando llegaron finalmente al otro extremo, las planchas metálicas
de una gigantesca puerta celestial empezaron a abrirse, las hondas de aire generadas
artificialmente por los anillos que rodeaban a Galatea hacían que cada sonido, incluso
las pisadas, generase un alargado eco. El gemido oxidado de la puerta pareció, por
momentos, el de una criatura gigante muriéndose. Osmehel pasó adelante y sus ojos
negros de pupilas blancas tuvieron que mirar a la oscuridad fijamente para poder
adaptarse. Cuando por fin pudo ver lo que había allá, y más allá, y más allá, hasta
terminar del otro extremo de Galatea, él y sobre todo Mojo Bond, se sintieron
profundamente sobrecogidos. Probetas, tubos y bombonas de cristal gigantescas
llenaban el interior de la luna, entrelazadas interminablemente entre sí, formando