Page 214 - Luna de Plutón
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—¡Papá Panék!

       Pisis se lanzó en el aire, flotando, y abrazó a su padre, quien la recibió y la sentó
  en  sus  hombros.  Tepemkau  saltó  también  sobre  él,  llorando.  El  júbilo  inundaba  la

  cabina,  mientras  que  la  pantalla  dejaba  ver  a  una  Tungstenio  casi  destruida,  sin

  capacidad  de  moverse,  con  un  entrelazado  de  vigas  al  descubierto  y  la  superficie

  ennegrecida.
       Degauss tenía el brazo sobre el hombro de un joven elfo que se había quedado sin

  un ojo y que sonreía, orgulloso de sí mismo.

       —¡Shah, llaman de la Bahía de Torpedos! ¡Dicen que están preparados para dar el

  tiro de gracia!
       Panék se dio media vuelta para ver por última vez a la Tungstenio, inmóvil en el

  espacio. Tras él, se reunieron Degauss, y el resto de la tripulación, un centenar de ojos

  amarillos  se  fijaba  en  el  disco  espacial,  que  aún  giraba  muy  lentamente.  Sonó  una
  serie repetida de pitidos, la elfa flotó hasta el panel, y leyó el monitor.

       —Shah… Es la Tungstenio, están llamando.

       El silencio se hizo profundo otra vez, sin que quedase un ápice de algarabía en el
  lugar.

       —¿Va a atender, Shah?

       Degauss observó atentamente a Panék, que veía la nave enemiga en silencio. Giró

  su cabeza lentamente, al sentirse observado por su estratega, y le sostuvo la mirada
  por varios segundos.

       —Abre la comunicación.

       La  pantalla  sufrió  una  interferencia  y,  en  segundos,  reflejó  el  interior  decrépito,

  oscuro y pulverizado de la cabina de la Tungstenio. Metallus, con una intensa luz tras
  él, que venía de la puerta, y que dejaba su cuerpo a oscuras, y solo permitía ver parte

  de sus ojos y cara, estaba de pie, ahí. Panék bajó a Pisis de sus hombros y se puso

  firme, en silencio.
       El rey de los ogros observó lentamente, uno por uno, a los elfos de la tripulación,

  quienes lo veían con seriedad a su vez, heridos. Se encogió de hombros y emitió un

  suspiro de resignación.

       —¡Felicidades a todos! —exclamó.
       Pisis y Tepemkau veían a Metallus en silencio, con el rostro serio, la frente gacha y

  los labios inamovibles. La tripulación élfica solo se limitaba a observarlo también, sin

  responder nada, sin emitir sonido alguno.

       —¡Soy el rey de los ogros, Panék! ¡Repetiría exactamente esa misma frase a todos
  los que me están viendo, si supiera sus nombres! ¡Soy el rey de los ogros y como tal,
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