Page 245 - Luna de Plutón
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cabina se había convertido en un pandemonio de gritos y tripulantes que abandonaban
sus puestos, corriendo de aquí para allá, presas de pánico. La voz del comandante se
perdía como otro ruido más. Raah, quien no estaba afectado por ninguna alucinación,
se puso de pie lentamente, viendo, con las pupilas encogidas, cómo la pantalla
transmitía que de debajo de la cabeza de la Parca Imperial se abría una plataforma, y
de ella emergía un cañón inmenso, tubular, oscuro, que apuntaba directamente al
Nautilus. La piloto, hecha un ovillo en el suelo, sumida en convulsiones y en estado
de shock, con la cara arrugada, las encías rojas, y los labios y la barbilla manchadas de
espuma naranja, musitó una última cosa, un ruego:
—Sal de mi mente…
El agujero del gigantesco cañón de la Parca Imperial reflejó una luz eléctrica que
venía deslizándose desde el fondo; pronto, millones de largos, delgados, tentáculos de
medusa se asomaron por la punta. Eran rayos, relámpagos incandescentes de energía,
como una araña eléctrica rodeada de patas, un monstruo latente que salió disparado
hacia afuera. Al alcanzar al Nautilus, la bola de Vigor Cósmico no la hizo estallar:
simplemente la deshizo. Anillo por anillo, viga por viga, la nave se despedazó. Las
piezas se separaron una de otra y, entre ellas, se escaparon todos los órganos de
hierro, convertidos en fideos, puntos, polvo o simplemente partículas sólidas, primero
como una nube y después como un largo vapor que se separa de sí cada vez más,
formando una estela de objetos. Entre ellas, el juez Raah flotaba sin vida, con una
expresión dantesca en su desfigurada cara, producto de la implosión de su cuerpo, por
estar expuesto al vacío del universo. Meinhardt Hallyfax se enroscó de vuelta los
espejuelos negros a sus ojos.
—Ya pueden encender las luces.
Los tripulantes volvieron a incorporarse, obedeciendo la orden, y operando de
vuelta los controles de la nave. Todo lo que había presenciado Mojo Bond era que el
Nautilus fue despedazado como un insecto, sin que este hiciera nada para defenderse.
Se había dado cuenta de que todo aquello que los tripulantes habían hecho, meter la
cabeza entre sus brazos y descansar sobre el respaldo del panel frente a sus asientos,
era una suerte de medida de seguridad para evitar cualquier envite producido por la
mente del capitán. Mojo, quien no había hecho lo mismo, estaba experimentando no
solo una jaqueca terrible, sino que además sentía al cerebro dormido, como suele
suceder a veces con las piernas cuando se entumecen…