Page 224 - Cementerio de animales
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«Estuvimos hablando y hablando y por fin decidimos que había que ir a casa de
           los Baterman. Nunca olvidaré aquella noche, aunque llegue a vivir otros tantos años
           como los que tengo ahora. Hacía calor, un calor infernal, y el sol era como un barreño

           de  sangre  que  cayera  por  detrás  de  las  nubes.  Ninguno  de  nosotros  tenía  muchas
           ganas de ir, pero no había más remedio. Norma lo comprendió antes que nosotros. Se
           me llevó adentro con un pretexto y me dijo: «Que no te convenzan de dejarlo para

           otro día, Judson. Hay que ocuparse de ello cuanto antes. Es una abominación.»
               Jud miró a Louis sin pestañear.
               —Así lo llamó ella, Louis. Ésa fue la palabra que usó. Abominación. Y luego me

           dijo al oído: «Si ocurre algo, Jud, tú sal corriendo. No te preocupes de los demás;
           cada cual tendrá que ocuparse de sí mismo. Acuérdate de lo que te digo y, si ocurre
           algo, tú ahueca.»

               »Fuimos en el coche de Hannibal Benson; el muy canalla siempre tenía cupones
           de gasolina, no sé cómo se las ingeniaba. No hablábamos mucho, pero fumábamos

           como  chimeneas.  Estábamos  asustados,  Louis,  asustados  de  verdad.  El  único  que
           abrió  la  boca  fue  Alan  Purinton,  que  dijo  a  George:  «Bill  Baterman  ha  estado
           trajinando por los bosques que hay al norte de la carretera 15, de eso estoy seguro.»
           Nadie le contestó, pero recuerdo que George dijo que sí con la cabeza.

               »Bueno, cuando llegamos, Alan llamó a la puerta, pero nadie contestó, así que
           dimos  la  vuelta  a  la  casa  y  allí  los  vimos  a  los  dos:  Bill  Baterman,  sentado  en  el

           porche de atrás, con una jarra de cerveza, y Timmy, de pie en el fondo del jardín,
           mirando cómo se ponía aquel sol de sangre. Tenía la cara color naranja, como si le
           hubieran desollado vivo. Y Bill… parecía que el diablo le hubiera pillado después de
           sus siete años de vacas gordas. El cuerpo le bailaba dentro de las ropas. Por lo menos

           había perdido veinte kilos. Los ojos se le habían hundido en las cuencas y parecían
           dos  animalitos  dentro  de  su  cueva…  Y  la  boca  le  temblaba  tic-tic-tic  hacia  la

           izquierda.
               Jud hizo una pausa, reflexionó y luego asintió casi imperceptiblemente:
               —Louis, parecía un condenado.
               »Timmy  volvió  la  cara  y  nos  sonrió.  Sólo  de  verle  sonreír  te  daban  ganas  de

           gritar.  Luego,  siguió  contemplando  la  puesta  de  sol.  Billy  dijo:  «No  os  oí  llamar,
           chicos», lo cual era una mentira descarada, pues Alan había aporreado la puerta con

           tal fuerza que hubiera podido despertar a un…, a un sordo.
               »Como  ninguno  parecía  decidirse  a  hablar,  yo  dije:  «Billy,  dicen  que  tu  chico
           murió en Italia.»

               »«Eso fue un error», me contestó mirándome a los ojos.
               »«¿Sí?», digo yo.
               »«¿Es que no le ves ahí delante?», dice él.

               ««Entonces,  ¿quién  crees  tú  que  estaba  en  el  ataúd  que  enterraste  en




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