Page 222 - Cementerio de animales
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como si llevara más de un mes sin peinarse. «Sus ojos eran como dos pasas clavadas
en una masa de pan. Aquel día vi a un fantasma, George. Por eso me asusté. Yo nunca
lo hubiera imaginado, pero ya ves.»
«Bueno, se corrió la voz. Pronto otros vieron a Timmy. Mrs. Stratton… en fin, la
llamábamos «señora» pero por lo que nosotros sabíamos tanto podía ser soltera, como
divorciada, como abandonada. Tenía una casita de dos habitaciones en el cruce de la
carretera de Pedersen con la de Hancock, y un montón de discos de jazz, y a veces, si
podías distraer un billetito de diez dólares, te daba una fiestecita. Bueno, ella lo vio
desde el porche de su casa, y dijo que él fue hasta el borde de la carretera y allí se
paró.
»Dijo ella que Timmy se quedó allí, con los brazos colgando y la barbilla un poco
adelantada, como el boxeador que está a punto de caer en la lona. Y que a ella el
corazón le iba a cien, y que se quedó plantada en el porche, sin poderse mover del
susto. Luego, él giró en redondo, y era como ver a un borracho tratando de dar la
media vuelta, sacando una pierna y girando el otro pie. Estuvo a punto de caerse. Y
ella dijo que entonces la miró y ella sintió que la fuerza se le iba de las manos y soltó
el cesto de la colada, y toda la ropa quedó tirada por el suelo y llena de hollín. Dijo la
mujer que los ojos de Timmy eran como dos canicas, mates, apagados, Louis. Al
verla… sonrió y dijo ella que le habló. Le preguntó si aún tenía los discos, y añadió
que le gustaría celebrar una fiestecita con ella, tal vez aquella misma noche. Y Mrs.
Stratton se metió en su casa y no salió en una semana, aunque, para entonces, todo
había terminado.
«Mucha gente vio a Timmy Baterman. La mayoría ya han muerto, uno de ellos,
Mrs. Stratton, y otros se fueron a vivir a otro sitio, pero aún quedaban unos cuantos
carcamales como yo que podrían contarte el caso, si se lo pides bien.
»Le vieron paseando arriba y abajo de la carretera de Pedersen, delante de la casa
de su padre, un kilómetro y medio hacia el este y otro kilómetro y medio hacia el
oeste. Arriba y abajo, arriba y abajo todo el día y, seguramente, toda la noche. Con la
camisa fuera, la cara descolorida, el pelo revuelto, a veces, con la bragueta
desabrochada, y aquella expresión en la cara… aquella expresión.
Jud hizo una pausa para encender un cigarrillo, y Louis intervino entonces por
primera vez para preguntar:
—¿Le viste tú?
Jud apagó la cerilla agitándola y miró a Louis a través del humo azulado. Y, a
pesar de que el relato no podía ser más disparatado, su mirada era sincera.
—Sí; le vi. Bueno, se han hecho películas y se han contado historias, que no sé si
serán ciertas, acerca de los zombies de Haití. En las películas no hacen más que
caminar como autómatas con la mirada extraviada, muy despacio y bastante patosos.
Eso era Timmy Baterman, Louis, un zombie de película. Pero no exactamente. Había
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