Page 231 - Cementerio de animales
P. 231

llorar y miró a su madre con ojos redondos.
               —Louis, te sangra la nariz —dijo ella a Louis, y le abrazó con tal fuerza que le
           dejó casi sin respiración.

               —Pues no es eso lo peor —dijo él—. Me parece que he quedado estéril, Rachel.
           ¡Oh, y cómo duele!
               Y ella se echó a reír histéricamente. Durante un momento, Louis sintió miedo al

           pensar: «Si Gage llega a morirse, ella se hubiera vuelto loca.»
               Pero  Gage  no  murió;  todo  aquello  no  fueron  sino  fugaces  imaginaciones  que
           cruzaron por su mente mientras Louis le ganaba por pies a la muerte sobre el césped

           verde, una soleada tarde de mayo.
               Gage fue a la escuela primaria, y a los siete años empezó a ir a los campamentos
           de  verano,  donde  demostró  unas  extraordinarias  y  sorprendentes  aptitudes  para  la

           natación,  al  tiempo  que  daba  a  sus  padres  una  poco  grata  sorpresa,  al  dejar  bien
           patente  que  era  capaz  de  soportar  un  mes  de  separación  sin  trauma  psíquico

           apreciable. A los diez años, ya pasaba los veranos completos en el campamento de
           Agawam, en Raymond, y a los once conquistó dos cintas azules y una roja en los
           campeonatos de natación de los Cuatro Campamentos que cerraron el programa de
           actividades del verano. Era un muchacho alto, pero seguía siendo el mismo Gage, que

           miraba al mundo con ojos alegres y un poco sorprendidos… Y el mundo para Gage
           nunca tuvo frutos amargos ni podridos.

               Era matrícula de honor en la secundaria y miembro del equipo de natación de San
           Juan Bautista, la escuela parroquial a la que se empeñó en ir, porque la piscina era
           espléndida.  Rachel  se  llevó  un  disgusto,  pero  Louis  no  se  sintió  especialmente
           sorprendido  cuando,  a  los  diecisiete  años,  Gage  les  comunicó  su  intención  de

           convertirse  al  catolicismo.  Rachel  estaba  convencida  de  que  la  culpa  era  de  la
           muchacha con la que Gage salía; y ya le veía casado («Si esa pécora con la medallita

           de san Cristóbal no está tratando de atraparlo como sea, me como tus calzoncillos,
           Louis»,  decía),  abandonando  los  estudios  universitarios  y  sus  ilusiones  por  la
           Olimpíada  y  rodeado  de  nueve  o  diez  pequeños  católicos  antes  de  cumplir  los
           cuarenta. Para entonces (por lo menos, según Rachel) sería un camionero barrigudo,

           fumador de cigarros y bebedor de cerveza que, entre padrenuestros y avemarías, haría
           oposiciones al infarto.

               Louis sospechaba que los motivos de su hijo eran sinceros, y, aunque Gage se
           convirtió (aquel día Louis mandó a su suegro una socarrona postal que decía: «Quizá
           aún llegues a tener un nieto jesuita. Tu afectísimo yerno, Louis»), no se casó con la

           muchacha (que no era tal pécora, sino bastante agradable) con la que estuvo saliendo
           durante el último año de secundaria.
               Luego, fue a John Hopkins, formó parte del equipo olímpico de natación, y una

           tarde larga y radiante, dieciséis años después de que Louis compitiera con un camión




                                        www.lectulandia.com - Página 231
   226   227   228   229   230   231   232   233   234   235   236