Page 230 - Cementerio de animales
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               Pero no ocurrió ninguna de estas cosas.
               Todo ello —el atronador camión de la Orinco, los dedos que rozaron la chaqueta

           de Gage, Rachel disponiéndose a ir al velatorio en bata, Ellie llevando a todas partes
           la foto de Gage y colocando su silloncito al lado de la cama, las lágrimas de Steve
           Masterton, la pelea de Irwin Goldman, la horrible historia de Timmy Baterman que la

           había contado Jud Crandall—, todo existió sólo en el cerebro de Louis Creed durante
           los pocos segundos que estuvo persiguiendo a su hijo que reía a carcajadas, al borde

           de  la  carretera.  Detrás  de  él,  Rachel  volvió  a  gritar  —«¡Gage,  ven  aquí,  NO
           CORRAS!»—, pero Louis no malgastó el aliento. Iba a faltarle muy poco, muy poco.
           Bueno, una de aquellas cosas sí pasó: por la carretera Louis oía zumbar un camión y
           dentro de su cabeza se conectó un circuito de memoria y oyó a Jud Crandall decir a

           Rachel el día en que llegaron a Ludlow: «Tenga mucho cuidado con esa carretera,
           Mrs. Creed. Es peligrosa para los niños y los animalitos.»

               Ahora Gage corría por la suave pendiente del jardín que bajaba hasta el borde de
           la carretera, moviendo vigorosamente sus piernas rollizas, y no tenía más remedio
           que caerse; pero no, seguía avanzando y el camión ya se oía muy cerca, con aquel
           ronquido grave que Louis oía a veces desde la cama al quedarse dormido. Entonces

           era un sonido reconfortante, pero ahora le aterrorizaba.
               «¡Oh,  Dios  mío,  Jesús  mío,  haz  que  pueda  alcanzarle  antes  de  que  llegue  a  la

           carretera!»
               Louis dio un impulso final a su carrera y saltó hacia adelante paralelo al suelo,
           como un jugador de rugby placando al adversario; debajo de él, su sombra se deslizó
           sobre la hierba, y entonces recordó la cometa, el buitre que proyectaba su sombra por

           todo el campo de Mrs. Vinton, y en el instante que Gage salía a la carretera, los dedos
           de Louis rozaron la espalda de la chaqueta… y la agarraron.

               Tiró de Gage hacia atrás al tiempo que aterrizaba sobre la franja de seguridad de
           la carretera. Dio con la cara en el áspero bordillo y empezó a sangrarle la nariz. Pero
           donde más le dolió fue en los testículos —«Ohhh, de haber sabido que tendría que

           jugar a rugby me habría puesto las defensas»—, pero ni el golpazo de la nariz ni el
           dolor  de  las  bolas  ensombrecieron  el  alivio  que  le  invadió  al  oír  el  grito  de
           indignación de Gage al caer de culo sobre el bordillo y rebotar con la cabeza en el

           borde  del  césped.  Un  segundo  después  sus  berridos  quedaban  ahogados  por  el
           estrépito del camión y el casi mayestático trompetazo del claxon.
               Louis consiguió ponerse en pie a pesar del brasero que sentía en el bajo vientre,

           con su hijo en brazos. Al momento Rachel llegó a su lado. Venía llorando y gritaba:
           «¡No te vayas nunca a la carretera, Gage! ¡Nunca, nunca, nunca! ¡La carretera es muy
           mala! ¡Muy mala!» Y Gage quedó tan atónito por el lacrimoso sermón que dejó de



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