Page 249 - Cementerio de animales
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quería, y una vez quiso comprarme; pero…, pero, Louis, yo te juro…
               —Basta  —dijo  Louis  suavemente—.  No  puedo…,  no  puedo  resistir  más.  —
           Ahora también a él le temblaba la voz—. ¿De acuerdo?

               —De  acuerdo  —dijo  Goldman  suspirando.  Louis  pensó  que  era  un  suspiro  de
           alivio—. Pero deja que te diga una vez más que lo siento. No tienes que aceptar mis
           disculpas, pero te he llamado para decirte esto, Louis, lo siento.

               —Está bien —dijo Louis. Cerró los ojos. Le martilleaban las sienes—. Gracias,
           Irwin. Acepto tus disculpas.
               —Gracias a ti —dijo Goldman—. Y gracias por dejarlas venir. Tal vez a las dos

           les convenga. Nos veremos en el aeropuerto.
               —Conforme —dijo Louis, y de pronto se le ocurrió una idea, una idea atractiva y
           descabellada por su misma sensatez. Olvidaría el pasado… y dejaría a Gage en su

           tumba de Pleasantview. En lugar de tratar de abrir una puerta que se había cerrado,
           daría dos vueltas a la cerradura y tiraría la llave. Haría precisamente lo que había

           dicho  a  su  mujer  que  iba  a  hacer:  cerrar  la  casa  y  tomar  un  avión  para  Chicago.
           Podrían pasar allí todo el verano él, su mujer y su bondadosa hija. Irían al zoológico,
           al planetárium y a remar al lago. Llevaría a Ellie a la azotea de la torre Sears para
           mostrarle la gran llanura del Medio Oeste, aquel enorme tablero, fértil y apacible.

           Luego, a mediados de agosto, regresarían a esta casa, ahora tan triste y sombría y tal
           vez sería como volver a empezar. Tal vez entonces pudieran empezar a tejer con hilo

           nuevo. Lo que ahora había en el telar de los Creed era un paño horrendo, manchado
           de sangre coagulada.
               Pero ¿no sería eso como asesinar a su hijo? ¿Como matarlo otra vez?
               En  su  interior,  una  voz  trataba  de  decirle  que  no;  pero  él  la  hizo  callar

           bruscamente.
               —Irwin, tengo que colgar. Quiero ir a ver si Rachel necesita algo y procurar que

           se acueste cuanto antes.
               —Está bien. Adiós, Louis. Y una vez más…
               «Como me diga otra vez que lo siente, grito.»
               —Adiós, Irwin —dijo, y colgó el teléfono.




                                                            * * *



               Rachel estaba en medio de un gran despliegue de prendas de vestir: blusas encima
           de la cama, sujetadores colgados del respaldo de las butacas, perchas de pantalones

           en  el  picaporte,  zapatos  alineados  como  soldaditos  debajo  de  la  ventana…  Rachel
           parecía trabajar despacio, pero a conciencia. Louis advirtió que iba a necesitar por lo
           menos  tres  maletas  (o  tal  vez  cuatro)  y  comprendió  también  que  de  nada  serviría
           discutir, por lo que, en lugar de protestar, optó por ayudarla.




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