Page 247 - Cementerio de animales
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ataca sin darte respiro. —No, Rachel. No llores.
               Pero, naturalmente, ella lloró. Tenía que llorar.




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               Mientras Rachel estaba arriba, haciendo el equipaje, sonó el teléfono. Louis se

           lanzó a contestar, pensando que sería de la oficina de reservas de Delta para decir que
           había sido un error y no quedaban pasajes. «Debí figurarme que algo iba a fallar.
           Había sido demasiado fácil.» Pero no era reservas de Delta. Era Irwin Goldman.

               —Avisaré a Rachel —dijo Louis.
               —No. —Durante un momento no se oyó nada. Silencio.
               «Debe de estar buscando el insulto.»

               Cuando Goldman volvió a hablar, su voz sonaba tensa. Parecía tener que vencer
           una gran resistencia interior para pronunciar las palabras.
               —Es  contigo  con  quien  deseo  hablar.  Dory  quería  que  te  llamara  para  pedirte

           disculpas  por  mi…,  por  mi  conducta.  Y  yo…  Creo  que  yo  también  deseo
           disculparme.
               «¡Caramba, Irwin! ¡Pero qué nobleza! ¡Ay, que me mojo los pantalones!»

               —No tienes que disculparte —dijo Louis con voz seca y mecánica.
               —Lo  que  hice  es  inexcusable  —dijo  Goldman.  Ahora  ya  no  empujaba  las
           palabras una a una, sino que las escupía como si le ahogaran—. Tu propuesta de que

           Rachel y Ellie vengan con nosotros me ha hecho ver lo generoso de tu actitud… y lo
           mezquino que yo he sido.
               Había algo muy familiar en la expresión, algo alarmantemente familiar…

               Entonces descubrió lo que era y apretó los labios como si acabara de morder un
           jugoso  limón.  Eso  mismo  hacía  Rachel  —aunque  sin  darse  cuenta,  él  lo  hubiera
           jurado— cuando había conseguido lo que quería. «Perdona que me haya puesto tan

           antipática, Louis», una vez se había salido con la suya, gracias a la antipatía. Ahora
           su suegro, con una voz parecida, aunque desprovista del encanto de la de Rachel, y

           con idéntico tono de contrición, le decía: «Perdona que me haya portado como un
           cerdo, Louis.»
               El viejo recuperaba a su hija y a su nieta. Ellas volvían a casa del abuelito. Por
           cortesía de Delta y United abandonaban Maine para regresar al que era su hogar, allí

           donde Irwin Goldman quería que estuvieran. Ahora podía mostrarse magnánimo. El
           viejo Irwin había ganado. «Así que vamos a olvidar que te insulté mientras velabas el

           cadáver de tu hijo, Louis, y que te di puntapiés mientras estabas en el suelo, y que
           derribé el ataúd e hice que se abriera para que pudieras ver —o imaginar que veías—
           una imagen fugaz de su mano. Vamos a olvidarlo todo. Agua pasada.»
               «Aunque parezca terrible, Irwin, cabrito, desearía que te murieses ahora mismo, si




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