Page 247 - Cementerio de animales
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ataca sin darte respiro. —No, Rachel. No llores.
Pero, naturalmente, ella lloró. Tenía que llorar.
* * *
Mientras Rachel estaba arriba, haciendo el equipaje, sonó el teléfono. Louis se
lanzó a contestar, pensando que sería de la oficina de reservas de Delta para decir que
había sido un error y no quedaban pasajes. «Debí figurarme que algo iba a fallar.
Había sido demasiado fácil.» Pero no era reservas de Delta. Era Irwin Goldman.
—Avisaré a Rachel —dijo Louis.
—No. —Durante un momento no se oyó nada. Silencio.
«Debe de estar buscando el insulto.»
Cuando Goldman volvió a hablar, su voz sonaba tensa. Parecía tener que vencer
una gran resistencia interior para pronunciar las palabras.
—Es contigo con quien deseo hablar. Dory quería que te llamara para pedirte
disculpas por mi…, por mi conducta. Y yo… Creo que yo también deseo
disculparme.
«¡Caramba, Irwin! ¡Pero qué nobleza! ¡Ay, que me mojo los pantalones!»
—No tienes que disculparte —dijo Louis con voz seca y mecánica.
—Lo que hice es inexcusable —dijo Goldman. Ahora ya no empujaba las
palabras una a una, sino que las escupía como si le ahogaran—. Tu propuesta de que
Rachel y Ellie vengan con nosotros me ha hecho ver lo generoso de tu actitud… y lo
mezquino que yo he sido.
Había algo muy familiar en la expresión, algo alarmantemente familiar…
Entonces descubrió lo que era y apretó los labios como si acabara de morder un
jugoso limón. Eso mismo hacía Rachel —aunque sin darse cuenta, él lo hubiera
jurado— cuando había conseguido lo que quería. «Perdona que me haya puesto tan
antipática, Louis», una vez se había salido con la suya, gracias a la antipatía. Ahora
su suegro, con una voz parecida, aunque desprovista del encanto de la de Rachel, y
con idéntico tono de contrición, le decía: «Perdona que me haya portado como un
cerdo, Louis.»
El viejo recuperaba a su hija y a su nieta. Ellas volvían a casa del abuelito. Por
cortesía de Delta y United abandonaban Maine para regresar al que era su hogar, allí
donde Irwin Goldman quería que estuvieran. Ahora podía mostrarse magnánimo. El
viejo Irwin había ganado. «Así que vamos a olvidar que te insulté mientras velabas el
cadáver de tu hijo, Louis, y que te di puntapiés mientras estabas en el suelo, y que
derribé el ataúd e hice que se abriera para que pudieras ver —o imaginar que veías—
una imagen fugaz de su mano. Vamos a olvidarlo todo. Agua pasada.»
«Aunque parezca terrible, Irwin, cabrito, desearía que te murieses ahora mismo, si
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