Page 304 - Cementerio de animales
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               Louis había recuperado su sueño y su sueño le mantenía como en un trance; una y
           otra vez, se miraba los brazos para cerciorarse de que llevaba un cuerpo envuelto en

           una  lona  y  no  un  saco  de  plástico  verde.  Ahora  se  daba  cuenta  de  que  cuando
           despertó por la mañana después de que Jud le acompañara a enterrar al gato, él casi
           no recordaba lo que habían hecho. Pero ahora volvía a descubrir lo vívidas que fueron

           aquellas sensaciones, lo despiertos que tenía los sentidos, cómo parecían fundirse con
           los bosques, estableciendo con ellos una especie de contacto telepático.

               Louis subía y bajaba por el camino, recordando los sitios en los que parecía tan
           ancho como la carretera 15 y aquellos otros puntos en los que se estrechaba de tal
           modo que Louis tenía que andar de costado para que los extremos del paquete no se
           engancharan en los matorrales, o los lugares por los que la senda serpenteaba entre

           árboles tan altos como catedrales. Olía a resina y bajo sus pies crujían las agujas de
           pino, pero tan levemente que la sensación era más del tacto que del oído.

               El descenso se hizo más pronunciado y constante. Al poco rato, uno de sus pies se
           hundió en el lodo…, el pantano. Arenas movedizas, según Jud. Louis bajó la mirada
           y distinguió un agua estancada, macizos de juncos y unas plantas bajas y feas con
           unas hojas enormes, casi tropicales. Aquella otra noche parecía haber más luz, era

           más intensa la fosforescencia.
               «Este  trecho  que  viene  ahora  es  como  los  troncos;  tienes  que  andar  con  paso

           firme y seguro. Sígueme y no mires abajo.»
               «Sí, está bien… Y, a propósito, ¿habías visto plantas como éstas en Maine? ¿En
           Maine o en cualquier otra parte? ¿Qué diablo pueden ser?»
               «No te preocupes Louis. Ahora…, vamos allá.»

               Louis  siguió  andando,  mientras  buscaba  con  la  mirada  entre  la  acuática
           vegetación  la  primera  elevación  de  tierra  firme  para  asentar  el  pie  y,  una  vez  la

           encontró,  siguió  adelante  sin  preocuparse  más.  Y  sus  pies  parecían  encontrar
           automáticamente los pequeños promontorios.
               «La fe es aceptar la gravedad como un postulado», pensó. Eso no se lo habían

           dicho en clase de teología ni de filosofía. La frase la pronunció su profesor de física
           de  la  escuela  secundaria  en  vísperas  de  un  fin  de  curso…  y  Louis  no  la  había
           olvidado.

               Louis  aceptaba  que  el  cementerio  micmac  tenía  el  poder  de  resucitar  a  los
           muertos y entró en el Pequeño Dios Pantano con su hijo en brazos, sin mirar abajo ni
           atrás. En aquellos parajes había ahora más ruidos que a finales del otoño. Los pájaros

           cantaban constantemente en los juncos; era un coro estridente que a Louis le pareció
           extraño  y  repelente.  De  vez  en  cuando,  una  rana  regurgitaba  sordamente.  Cuando
           Louis  había  avanzado  unos  veinte  pasos  por  el  pantano,  una  sombra  se  lanzó  en



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