Page 306 - Cementerio de animales
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sucio. Estaba cubierta de escarnas y, mientras Louis la miraba, una de aquellas
escamas se levantó como una tapa de alcantarilla, y asomó un gusano blanco. La
punta de la lengua tremoló perezosamente en el aire, a la altura de donde hubiera
debido estar la nuez… La cosa se reía.
Louis oprimía a Gage con fuerza, como para protegerle y sus pies vacilaron y
empezaron a resbalar en los montículos de hierba donde no tenían buen asidero.
«Podrías ver la aurora boreal, lo que los marineros llaman el fuego de San Telmo.
Dibuja formas extrañas, pero no es nada. Si ves alguna cosa que te molesta, no tienes
más que mirar para otro lado.»
La voz de Jud le dio cierto aplomo. Louis empezó a avanzar nuevamente con
decisión, al principio vacilando y después con equilibrio. No miró para otro lado,
pero advirtió que la cara —si era una cara y no un capricho de su imaginación y de la
niebla— parecía mantenerse siempre a la misma distancia. Y segundos o tal vez
minutos después su contorno se desdibujaba y diluía.
«Pero no era la aurora boreal.»
No, desde luego. Este sitio estaba lleno de espíritus, plagado de ellos. En
cualquier momento podías ver delante de ti algo que podía volverte loco furioso. No
quería pensar. No hacía falta pensar. No hacía falta…
Algo se acercaba.
Louis se paró y se quedó escuchando el ruido… un ruido que se acercaba
inexorablemente. Se le abrió la boca al fallarle los tendones que le sujetaban el
mentón.
Aquel sonido no se parecía a nada de lo que él había oído nunca: un sonido vivo,
grande. Cerca de allí, y aproximándose, había algo que hacía oscilar las ramas. Se oía
el crujido de los matorrales al romperse bajo unos pies inimaginables. La viscosa
tierra que había bajo los pies de Louis empezó a tremolar con una vibración sorda,
Louis se dio cuenta de que estaba gimiendo («oh, Dios mío, Dios mío, ¿qué es lo que
se acerca ahora a través de la niebla?») y oprimiendo a Gage contra su pecho. Se dio
cuenta de que los pájaros y las ramas habían enmudecido, se dio cuenta de que el aire
húmedo tenía un olor nauseabundo a guiso de cerdo corrompido.
Lo que fuera era enorme.
El rostro perplejo y aterrado de Louis se alzaba y alzaba como el de quien sigue la
trayectoria de un cohete al ser disparado. La cosa venía hacia él haciendo temblar la
tierra con sus pisadas, y muy cerca de allí se oyó el crujido de un tronco —no ya una
rama sino todo un tronco— al troncharse.
Louis vio algo.
Durante un momento, la niebla se oscureció adquiriendo una tonalidad gris
pizarra, pero aquella silueta difusa como una marca al agua, tenía más de veinte
metros de alto. No era sombra ni fantasma inmaterial; Louis sentía moverse el aire a
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