Page 299 - Cementerio de animales
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El viento silbaba en el alero y los árboles del otro lado de la carretera agitaban sus
hojas con movimiento hipnotizador. Jud retrocedió nuevamente con el pensamiento
hasta aquella noche pasada con sus compañeros frente a la estufa de carbón de la
nave de enganche de Brewer que estaba en el sitio que ahora ocupaban los Muebles
Evart. Estuvieron hablando toda la noche, él y George, y Rene Michaud, y ahora sólo
quedaba él. Rene murió aplastado entre dos vagones de mercancías una noche de
tormenta de marzo de 1939 y George Chapin murió de un ataque al corazón ahora
hacía un año. Él era el único que quedaba de tanta gente, y los viejos se vuelven
estúpidos. A veces la estupidez se disfraza de amabilidad, otras veces, de vanidad:
afán de revelar viejos secretos, de transmitir mensajes, de trasvasar las cosas a un
nuevo recipiente, de…
«Y el buhonero judío entra y dice: "Tengo una cosa que no habéis visto nunca.
Unas postales. Parece que lleven puesto el bañador, pero si frotas con un paño
húmedo… —Jud dobló el cuello y su mentón se posó suavemente en el pecho— …se
quedan como vinieron al mundo. Luego se secan y ya están vestidas otra vez. Y tengo
más…"»
Rene sigue hablando en la nave de enganche, sonriendo, con el cuerpo inclinado
hacia adelante. Jud sostiene la botella, siente la botella en la mano y sus dedos se
cierran en el aire.
En el cenicero iba creciendo la ceniza del cigarrillo hasta que éste se consumió,
pero conservando perfectamente su forma cilíndrica.
Jud dormía.
Y cuando fuera brillaron las luces del freno y el Honda Civic de Louis enfiló la
avenida del jardín unos cuarenta minutos después y entró en el garaje, Jud no oyó
nada, ni se movió, ni despertó, como tampoco Pedro, cuando llegaron los romanos, a
prender a un vagabundo llamado Jesús.
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