Page 326 - Cementerio de animales
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Alargó el brazo e hizo girar la palanca del timbre.
El sonido era aún más fuerte de lo que ella recordaba, y menos musical: un grito
áspero y sofocado en el silencio. Rachel saltó hacia atrás, lanzando una risita en la
que no había ni asomo de humor. Se quedó esperando oír los pasos de Jud, pero no
había pasos. Silencio y más silencio, y Rachel ya empezaba a preguntarse si tendría
valor para hacer girar nuevamente la manivela cuando detrás de la puerta se oyó un
sonido, un sonido totalmente inesperado.
¡Uaou…! ¡Uaou…! ¡Uaou…!
—¿Church? —preguntó Rachel, sorprendida y desconcertada. Arrimó los ojos al
cristal, pero, naturalmente, no se veía nada. El cristal de la puerta estaba cubierto por
un visillo blanco, obra de Norma. Pero ¿estás ahí, Churcht
¡Uaou!
Rachel empujó la puerta. Estaba abierta. Church se hallaba sentado en el
vestíbulo, con la cola recogida alrededor de las patas. Tenía unas estrías de algo
oscuro en el pelo. Barro, pensó Rachel, y entonces vio que las gotitas de líquido
prendidas en el bigote eran rojas.
El gato empezó a lamerse una pata, sin dejar de mirar a Rachel.
—¡Jud…! —llamó ella, realmente alarmada, desde el umbral.
La casa no le dio respuesta. Sólo silencio.
Rachel trató de pensar, pero, de pronto, su cerebro había empezado a llenarse de
imágenes de su hermana Zelda, que le impedían coordinar ideas. Cómo se le retorcían
las manos. Cómo se golpeaba la cabeza contra la pared cuando se enfadaba; el papel
estaba roto y el yeso, agrietado. Pero ahora no era el momento de pensar en Zelda. ¿Y
si le había ocurrido algo a Jud? Quizá se había caído. Era un anciano.
«Tienes que pensar en eso, no en los sueños que tenías de niña, de que abrías el
armario y Zelda se te echaba encima, sonriendo tétricamente con la cara negra, de
que estabas en la bañera y veías sus ojos que te miraban por el desagüe, de que la
encontrabas en el sótano agachada al lado de la caldera, de que…»
Church abrió la boca, enseñando sus afilados dientes y gritó ¡Uaou! otra vez.
«Tenía razón Louis, no debimos operarle. Ese animal no ha vuelto a ser el mismo.
Pero Louis dijo que le quitaría sus instintos agresivos. Aunque en eso se equivocó.
Church sigue cazando. Y hasta…»
¡Uaou!, hizo nuevamente el animal. Luego, dio media vuelta y subió rápidamente
la escalera.
—¿Jud? —gritó Rachel—. ¿Estás ahí?
¡Uaou!, gritó el gato desde lo alto de la escalera, como para confirmárselo. Luego,
desapareció por el pasillo.
«¿Y cómo habrá entrado? ¿Le abriría Jud? ¿Por qué?»
Rachel hacía oscilar el cuerpo sobre sus pies, indecisa. Lo peor era que todo
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