Page 331 - Cementerio de animales
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pesaba en los huesos. Las cosas estaban mal, muy mal; percibía una sombra que se
           cernía sobre él y sintió miedo.
               Entró cojeando en el cuarto de baño y se tomó un par de aspirinas con un vaso de

           zumo de naranja. Cuando volvía a la cocina, sonó el teléfono.
               No contestó enseguida, sino que lo miró sintiéndose lento y estúpido, como un
           cretino que jugara a algo sin saber las reglas.

               «No contestes, no se te ocurra contestar, porque te van a dar la mala noticia, ahí
           está el final de la correa que te arrastra hacia el otro lado de la esquina, donde está lo
           oscuro, y estoy seguro de que no tienes ganas de ver lo que hay allí, Louis, seguro

           que no, de manera que no contestes y sal corriendo, el coche está en el garaje, sube a
           él y lárgate, pero no contestes al teléfono…»
               Louis  cruzó  la  habitación  y  levantó  el  auricular,  apoyando  una  mano  en  la

           secadora, como tantas otras veces. Era Irwin Goldman, y en el momento en que Irwin
           decía  hola,  Louis  vio  las  pisadas  que  cruzaban  el  suelo  de  la  cocina  —huellas  de

           barro de unos pies pequeños— y sintió que el corazón se le paralizaba y que los ojos
           se le salían de las órbitas, y pensó que si en aquel momento se hubiera mirado al
           espejo habría visto una cara sacada de un grabado de un manicomio del siglo XVII.
           Eran las pisadas de Gage. Gage había estado allí, había estado allí durante la noche.

           Pero ¿dónde estaba ahora?
               —Aquí Irwin, Louis… ¿Louis…? Oiga…

               —Hola, Irwin —dijo él, sabiendo ya lo que iba a decir
               Irwin. Ahora se explicaba la presencia del coche azul. Ahora se lo explicaba todo.
           La correa…, la correa que le arrastraba hacia la oscuridad… Ahora avanzaba deprisa,
           una mano delante de otra. Ah, si pudiera soltarse antes de ver lo que había al final…

           Pero era su correa. Él se la había buscado.
               —Creí que nos habían cortado —dijo Goldman.

               —Es que el teléfono me resbaló de la mano. —Louis tenía la voz serena.
               —¿Rachel llegó bien?
               —Oh, sí —respondió Louis, pensando en el coche azul, en cuyo techo dormía
           Church, aquel coche azul, tan quieto, mientras seguía con la mirada las marcas de

           barro del suelo.
               —Tengo que hablar con ella —dijo Goldman—. Cuanto antes. Se trata de Ellie.

               —¿Ellie? ¿Qué tiene Ellie?
               —Creo que es con Rachel…
               —Rachel no está aquí en este momento —dijo Louis ásperamente—. Fue a la

           tienda, a buscar leche y pan. ¿Qué le pasa a Ellie? ¡Vamos, Irwin!
               —Hemos tenido que llevarla al hospital —dijo Goldman a regañadientes—. Tuvo
           una serie de pesadillas. Estaba histérica y no reaccionaba. Estaba…

               —¿La han sedado?




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