Page 329 - Cementerio de animales
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Cuando Louis Creed se despertó, el sol le daba de lleno en los ojos. Trató de
incorporarse e hizo una mueca al sentir como un trallazo en la espalda. Era un dolor
insoportable. Dejó caer la cabeza en la almohada y se miró. Estaba vestido. Joder.
Se quedó inmóvil un buen rato, disponiéndose a luchar contra la rigidez que le
atenazaba todos los músculos, y se sentó en la cama.
—Oh, mierda —murmuró. Durante unos segundos, la habitación osciló ante sus
ojos suave pero perceptiblemente. La espalda le latía como una muela podrida y
cuando movía la cabeza le parecía que los músculos del cuello habían sido sustituidos
por hojas de sierra. Pero lo peor era la rodilla. El linimento no le había hecho nada.
Debió ponerse una inyección de cortisona. La hinchazón le tensaba la tela del
pantalón. Allí dentro parecía haber un globo.
—Pues vaya si me lo casqué —murmuró—. ¡Ay, ay, ay…! ¡Qué bárbaro!
Dobló la rodilla muy despacio, para sentarse en el borde de la cama. Tenía los
labios blancos de tanto apretarlos. Luego empezó a flexionarla un poco, dejando
hablar al dolor, tratando de deducir de él la gravedad de la lesión, si podría…
«¡Gage! ¿Ha vuelto Gage?»
Esto le hizo ponerse en pie a pesar del dolor. Cruzó el dormitorio renqueando,
salió al pasillo y entró en la habitación de Gage. Miró en torno ansiosamente, con el
nombre de su hijo en los labios. Pero la habitación estaba vacía. Luego, se asomó a la
habitación de Ellie, también vacía, y a la de los huéspedes. Esta última, que daba a la
carretera, también estaba vacía; pero…
Había un coche desconocido parado enfrente, detrás de la camioneta de Jud.
—¿Y qué?
Pues que un coche desconocido sólo podía acarrear problemas. Eso.
Louis apartó los visillos y miró el coche con atención. Era pequeño, un Chevette
azul. Y, enroscado en el techo, dormido al parecer, estaba Church.
Lo contempló largamente antes de soltar el visillo. Jud tenía visita, simplemente.
¿Y qué? Además, quizá aún era temprano para preocuparse por lo que fuera a ocurrir
con Gage. Church no volvió hasta casi la una, y ahora sólo eran las nueve. Las nueve
de una hermosa mañana de mayo. Bajaría a la cocina, haría café, sacaría la esterilla
eléctrica y se la pondría en la rodilla, y…
«¿…y qué hace Church encima de ese coche?»
—Oh, anda ya… —dijo en voz alta y se fue por el pasillo, cojeando. Los gatos
duermen en cualquier sitio, por algo son gatos.
«Salvo que Church ya no cruzaba la carretera para nada, ¿recuerdas?»
—Olvídalo ya —murmuró, y se paró a mitad de la escalera (que bajaba casi de
lado). Estaba hablando solo y eso era mal síntoma. Eso significaba…
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