Page 333 - Cementerio de animales
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—Hemos hecho lo que hemos podido —dijo Goldman—. Quizá es que somos
           muy viejos. Quizá, Louis, es que siempre lo fuimos.
               —¿Dijo Ellie algo más? —preguntó Louis.

               La respuesta de Goldman fue como el tañido de una campana que tocara a muerto
           contra la pared de su corazón.
               —Muchas cosas, pero lo único que entendí fue: «Dice Pascow que ya es tarde.»




                                                            * * *



               Louis  colgó  el  auricular  y  se  fue  hacia  el  fogón,  como  si  pretendiera  seguir
           preparando  el  desayuno  o  recoger  las  cosas,  no  sabía  exactamente,  pero  hacia  la
           mitad del trayecto sintió un vahído, se le nubló la vista y se desmayó. Aquello era

           desmayarse,  porque  parecía  que  perdía  el  conocimiento.  Caía  y  caía  hacia  las
           profundidades,  entre  nubes,  dando  vueltas  y  vueltas,  hizo  un  "looping",  un  par  de
           péndulos,  un  deslizamiento  Immelmann…  Luego  cayó  sobre  la  rodilla  mala  y  el

           fogonazo de dolor que estalló en su cabeza le hizo volver en sí con un alarido. Se
           quedó unos instantes sin poder moverse, con lágrimas en los ojos.
               Luego consiguió ponerse en pie y se quedó balanceándose. Pero volvía a tener la

           cabeza clara. Por lo menos, eso ya era algo, ¿no?
               Sintió por última vez el impulso de huir, más imperioso que nunca. Hasta llegó a
           palpar con la mano el reconfortante bulto de las llaves del coche. Subiría al Civic y se

           iría a Chicago. Allí recogería a Ellie. Claro que Godman ya sabría que algo andaba
           mal, que algo estaba terriblemente mal; pero, a pesar de todo, se la llevaría… Si era
           necesario, la raptaría.

               Luego, dejó caer la mano. Lo que sofocó el impulso no fue ni una sensación de
           futilidad,  ni  un  sentimiento  de  culpabilidad,  ni  la  desesperación,  ni  el  profundo
           cansancio. Fueron aquellas marcas de barro en el suelo de la cocina. Mentalmente, las

           vio recorrer todo el país —primero, hasta Illinois, después, hasta Florida— y por todo
           el mundo si era preciso. Lo que tú adquieres te pertenece y lo que te pertenece acaba

           siempre por volver a ti.
               Un día abriría una puerta y allí estaría Gage, una parodia demencial de su antiguo
           ser, con una sonrisa siniestra y sus claros ojos azules, turbios y malévolos. O Ellie
           abriría  la  puerta  del  baño  para  darse  su  ducha  matinal  y  encontraría  a  Gage  en  la

           bañera, con el cuerpo lleno de bultos y costurones, limpio pero apestando a tumba.
               Oh, sí; ese día llegaría, indudablemente.

               —¿Cómo he podido ser tan estúpido? —preguntó hablando solo otra vez, y sin
           que le importara—. ¿Cómo…?
               «Pena,  Louis,  no  estupidez.  Existe  una  diferencia…,  pequeña  pero  vital.  La
           batería de ese cementerio indio subsiste. Y su poder aumenta, dijo Jud, y tenía razón,




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