Page 330 - Cementerio de animales
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¿Qué era lo que vio en el bosque la noche pasada?
El pensamiento le acometió bruscamente, haciéndole apretar los labios lo mismo
que el dolor de la rodilla cuando fue a saltar de la cama. Aquello lo había soñado. El
sueño de Disney World parecía fundirse sin solución de continuidad con un sueño de
aquella aparición. Había soñado que aquello le tocaba, echando a perder para siempre
todos sus sueños hermosos y corrompiendo todas sus buenas intenciones. Era el
"wendigo", que le había convertido no ya en caníbal, sino en padre de caníbales. En
el sueño, él estaba en el Cementerio de Animales, pero no estaba solo, sino con Bill y
Timmy Baterman. Y con Jud, que tenía cara de muerto y llevaba a su perro "Spot"
atado con un trozo de cuerda de tender la ropa. Allí estaba Lester Morgan, con su toro
"Hanratty" sujeto a una cadena de remolcar coches. "Hanratty" estaba tendido de lado
y les miraba con un furor estúpido de drogado. Y también estaba Rachel, que por lo
visto se había derramado el frasco de catsup o la mermelada de grosella en el vestido,
porque lo tenía manchado de rojo.
Y, detrás del montón de troncos, alzándose con estatura titánica, con la piel
amarilla y cuarteada como la de un reptil, unos ojos como faros antiniebla con
caperuza y aquellas orejas que no eran orejas sino grandes cuernos de carnero, estaba
el "wendigo", un animal con aspecto de lagarto nacido de mujer, que los señalaba con
un dedo cartilaginoso, de uña puntiaguda, y ellos alzaban la cara para mirarle…
—Déjalo ya —susurró, y se estremeció al oír su propia voz. Ahora iría a la cocina
y se prepararía un desayuno, como si aquél fuera un día cualquiera. Un buen
desayuno de soltero, lleno de reconfortante colesterol. Un par de huevos fritos y
bocadillos de fiambre con una rodaja de cebolla tierna cada uno. Olía a sudor, a tierra
y a inmundicias, pero la ducha la reservaba para después; por el momento, no se
sentía con ánimo de desnudarse, incluso tal vez tuviera que sacar el bisturí para cortar
el pantalón y liberar su maltrecha rodilla. Era una lástima tratar así un instrumental
tan bueno; pero en la casa no había cuchillo que cortara la gruesa lona del pantalón
vaquero y las tijeras de labor de Rachel, mucho menos.
Pero lo primero, el desayuno.
Cruzó la sala dando un rodeo por la puerta principal para mirar el pequeño coche
azul parado delante de la casa de Jud. Estaba cubierto de rocío, lo cual indicaba que
llevaba allí un buen rato. Church seguía en el techo, pero ya no dormía, sino que
parecía mirar fijamente a Louis con sus feos ojos amarillentos.
Louis se retiró de la puerta apresuradamente, como si le hubieran pillado
fisgando.
Entró en la cocina, sacó una sartén, la puso en el fogón, tomó dos huevos de la
nevera. La cocina estaba limpia, clara, luminosa. Louis trató de silbar —un silbido
ambientaría la mañana—, pero no pudo. Las cosas parecían estar bien, pero no
estaban bien. Sentía la casa terriblemente vacía, y el trabajo de la noche anterior le
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