Page 339 - Cementerio de animales
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imágenes horrendas. Víctor Pascow agonizando en la moqueta de la enfermería,
Church con fragmentos de plástico verde en los bigotes, la gorra de Gage, llena de
sangre en mitad de la carretera y, lo peor de todo, aquella cosa que viera cerca del
pantano, la cosa que arrancara un árbol a su paso, la criatura de los ojos amarillos, el
"wendigo", el espíritu de las tierras del norte cuyo contacto despierta apetitos
inconfesables.
A Rachel no la habían matado simplemente.
Se habían ensañado con ella.
(¡CLIC!)
El clic sonó dentro de su cabeza. Era el chasquido de un relé al fundirse
definitivamente, el sonido del rayo al caer, el sonido de una puerta al abrirse.
Louis levantó la vista, aturdido, con el grito temblándole aún en la garganta, y allí
estaba Gage por fin, con la boca ensangrentada y los labios abiertos en una sonrisa
diabólica. En una mano sostenía el bisturí de Louis.
Cuando fue a clavárselo, Louis retrocedió instintivamente, el bisturí le pasó
rozando la cara y Gage perdió el equilibrio. «Es tan torpe como Church», pensó
Louis, acabando de derribarlo con una zancadilla. Gage cayó de bruces y, antes de
que pudiera levantarse, Louis ya estaba sentado sobre él, oprimiendo con una rodilla
la mano que sostenía el bisturí.
—No —jadeó la criatura, debajo de él, contrayendo la cara en una mueca y con
una estúpida mirada de rencor en sus ojos mezquinos—. No, no, no…
Louis sacó una de las jeringuillas. Tenía que obrar con rapidez. Aquella cosa era
resbaladiza como un pez engrasado, y no soltaba el bisturí, por más que le apretara la
muñeca. Y su cara se transformaba a ojos vistas. Era la cara de Jud, con la fijeza de la
muerte; era la cara destrozada de Víctor Pascow, poniendo los ojos en blanco; era la
propia cara de Louis como reflejada en un espejo, atrozmente pálida y marcada por la
locura. Por fin, se transformó en la cara de la criatura del bosque, con su frente
estrecha, los ojos amarillos, la lengua larga, puntiaguda y bífida, sonriendo
sardónicamente y resoplando.
—No, no, no-no-no.
La cosa dio una fuerte sacudida y la jeringuilla rodó por el suelo del pasillo. Louis
sacó otra y la clavó en los riñones de Gage.
La cosa gritó, forcejeando hasta casi derribarle. Louis, con un gruñido, sacó la
tercera jeringuilla, la clavó en el brazo de Gage y vació todo su contenido. Luego, se
levantó y retrocedió por el pasillo. Gage se puso en pie lentamente y empezó a ir
hacia él, tambaleándose. Dio cinco pasos y el bisturí se le cayó de la mano y quedó
clavado en la madera, temblando. Diez pasos más, y empezó a apagarse aquella
extraña luz amarilla de sus ojos. Otros dos, y cayó de rodillas.
Entonces Gage le miró y, durante un momento, Louis vio a su hijo —su
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