Page 340 - Cementerio de animales
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verdadero hijo— con la cara triste y dolorida.
               —¡Papá! —gritó, y cayó de cara.
               Louis  permaneció  un  momento  a  la  expectativa  y  se  acercó  a  Gage  con

           precaución, esperando algún truco. Pero no hubo truco, ni salto repentino al cuello
           con  las  manos  agarrotadas.  Louis  le  palpó  la  garganta  con  dedos  expertos  hasta
           encontrar el pulso. Hacía de médico por última vez en su vida. Estuvo controlando el

           pulso hasta que se extinguió.
               Entonces Louis se levantó y se fue a un rincón del pasillo. Se sentó en el suelo,
           hecho  una  bola,  apretándose  contra  el  rincón  más  y  más.  Descubrió  que  abultaba

           todavía menos si se metía el pulgar en la boca, y así lo hizo.



                                                            * * *



               Allí se quedó durante más de dos horas… y entonces, poco a poco, empezó a
           perfilarse ante él una idea tenebrosa, pero, eso sí, perfectamente plausible. Se sacó el

           pulgar de la boca con un sonoro chasquido, y Louis…
               ("ajajá, vamos allá")
               … se puso otra vez en movimiento.




                                                            * * *



               Sacó una sábana de la cama del dormitorio en el que se escondiera Gage y la
           llevó al pasillo. Envolvió con ella el cuerpo de su mujer, cariñosamente, con sumo
           cuidado. Estaba tarareando pero no se daba cuenta.




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               Encontró gasolina en el garaje de Jud. Diez litros en un bidón rojo, al lado de la

           segadora. Más que suficiente. Empezó por la cocina, donde estaba Jud, debajo del
           mantel de Acción de Gracias. Lo empapó bien. Luego, con el bidón boca abajo, pasó

           a la sala y roció la alfombra, el sofá, el revistero, las butacas, salió al recibidor y fue
           al dormitorio de atrás. El olor a gasolina era fuerte y dulzón.
               Las cerillas de Jud estaban al lado del sillón desde que él montara su infructuosa
           guardia, encima de los cigarrillos. Louis las tomó. En el umbral de la puerta principal,

           encendió una cerilla y la lanzó por encima del hombro antes de salir. La ignición fue
           inmediata  y  brutal.  Sintió  en  la  nuca  un  fuerte  calor  y  cerró  la  puerta  con  todo

           cuidado. Se quedó unos instantes en el porche, viendo danzar las llamas anaranjadas
           detrás de los visillos de Norma. Luego, cruzó el porche, recordando las cervezas que




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