Page 343 - Cementerio de animales
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casa de Louis era la prueba: estaba perfectamente tranquila y pulcra, una muestra de
           la grácil arquitectura de Nueva Inglaterra, bañada por el sol de la mañana.
               Varias  personas  corrían  hacia  la  casa  del  vejestorio  y,  al  entrar  en  el  sendero

           asfaltado del jardín de Louis, Steve vio a un individuo cruzar el porche y acercarse a
           la  puerta  principal  de  la  casa  para  retroceder  inmediatamente.  Y  con  muy  buen
           acuerdo, ya que al momento el cristal central de la puerta estalló y las llamas salieron

           violentamente por el hueco. Si el muy imbécil llega a abrir la puerta la llamarada le
           hubiera dejado asado.
               Steve desmontó y desplegó el caballete de la Honda, olvidándose de Louis por el

           momento. El antiguo misterio del fuego le atraía. Habían acudido una media docena
           de personas. Salvo el héroe frustrado, que seguía en el jardín de los Crandall, todos se
           mantenían  a  distancia  prudencial.  Ahora  estallaron  las  ventanas  del  porche.  Las

           astillas de cristal volaban por los aires. El héroe frustrado hundió la cabeza entre los
           hombros y salió corriendo. Las llamas recorrían la pared interior del porche como

           manos que tantearan levantando burbujas en la pintura blanca. Uno de los sillones de
           roten se incendió.
               Entre  el  crepitar  del  fuego,  se  oía  gritar  al  héroe  frustrado  con  una  especie  de
           optimismo chillón y absurdo:

               —¡Arderá  hasta  los  cimientos!  ¡Seguro,  arderá  hasta  los  cimientos!  Como  Jud
           esté dentro, va listo. Mil veces le he avisado de la creosota de la chimenea…

               Steve abrió la boca para gritarles si habían llamado a los bomberos, pero en aquel
           momento  empezó  a  oír  el  aullido  lejano  de  las  sirenas.  Muchas  sirenas.  Habían
           llamado a los bomberos, pero el héroe frustrado tenía razón: la casa iba a arder hasta
           los cimientos. Las llamas salían ya por media docena de ventanas, y el alero frontal

           tenía una membrana de fuego casi transparente sobre sus brillantes tejas verdes.
               Entonces Steve se acordó de Louis y se volvió hacia la casa; por más que, de

           haber estado allí, Louis se habría unido a los demás.
               En aquel momento, Steve captó algo de refilón.
               Más allá del sendero de coches del jardín de Louis había una gran extensión de
           terreno que ascendía suavemente por una ladera. Aquel mes de mayo, la hierba estaba

           ya muy alta, pero Steve veía un camino tan recortado como un campo de golf que
           serpenteaba  por  la  ladera,  elevándose  hacia  los  bosques  que,  espesos  y  verdes,

           empezaban en la misma línea del horizonte. Y allí, donde el verde pálido de la hierba
           lindaba con la oscura franja del bosque, Steve divisó algo que se movía. Fue como un
           destello blanco que desapareció enseguida; pero él habría jurado que había visto a un

           hombre cargado con una cosa blanca.
               «Era Louis —le dijo su mente con irracional certeza—. Era Louis y procura darte
           prisa en alcanzarle, porque ha ocurrido algo muy malo y pronto ocurrirá algo peor,

           como tú no lo impidas.»




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