Page 344 - Cementerio de animales
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Steve se quedó indeciso en el sendero asfaltado, haciendo oscilar el cuerpo de uno
           a otro pie.
               «Steve, chico, estás cagado de miedo, ¿no?»

               Lo estaba, sí. Cagado de miedo, y sin motivo. Pero sentía también una cierta…,
           una cierta…
               ("atracción")

               … sí, una cierta atracción que partía de aquel sendero que subía por la ladera y
           que sin duda continuaba por el bosque. Porque el camino tenía que llevar a algún
           sitio, ¿no? Por supuesto. Todos los caminos llevan a algún sitio.

               «Louis. No te olvides de Louis, cretino. Tú has venido a ver a Louis, ¿recuerdas?,
           y no a explorar los bosques.»
               —¿Qué  tienes  ahí,  Randy?  —preguntó  el  héroe  frustrado.  Su  voz,  chillona  y

           optimista, se oía con claridad.
               La respuesta de Randy quedó casi, aunque no del todo, sofocada por las sirenas

           de los bomberos que se acercaban.
               —Un gato muerto.
               —¿Quemado?
               —No se le ve quemado —respondió Randy—. Sólo muerto.

               Y  el  pensamiento  de  Steve,  implacable,  insistía  en  lo  mismo,  como  si  la
           conversación que acababan de mantener al otro lado de la calle aquellos dos hombres,

           tuviera algo que ver con lo que él había visto, o creído ver. Ése era Louis.
               Entonces se puso en movimiento, empezó a trotar por el camino hacia el bosque,
           dejando el fuego a su espalda. Sudaba copiosamente cuando llegó al linde del bosque,
           y  agradeció  la  sombra  de  los  árboles.  Se  respiraba  el  olor  dulce  del  pino,  olor  a

           corteza y a savia.
               Una vez en el bosque, echó a correr, sin saber por qué corría ni por qué el pulso le

           latía a ritmo acelerado. El aire le silbaba en los pulmones. Aún pudo avistar el tren
           cuando empezó la cuesta abajo —el camino estaba admirablemente limpio—, pero
           cuando llegó al arco de entrada del Cementerio de Animales iba apenas a paso de
           marcha. Sentía un pinchazo candente en el costado derecho, cerca de la axila.

               Sus ojos apenas repararon en los círculos de tumbas: las planchas de hojalata, las
           placas de madera, las losas de pizarra. Su mirada estaba fija en una asombrosa visión

           que tenía lugar al otro lado de la explanada circular. Su mirada estaba fija en Louis,
           que trepaba por un montón de troncos, desafiando la ley de la gravedad. Subía por los
           empinados  troncos  paso  a  paso,  mirando  hacia  delante,  como  hipnotizado  o

           sonámbulo. En brazos llevaba la cosa blanca que Steve viera por el rabillo del ojo. A
           esta distancia, su forma era inconfundible; aquello era un cuerpo humano. Asomaba
           un  pie,  calzado  con  zapato  negro  de  medio  tacón.  Y  Steve  tuvo  súbitamente  la

           espantosa certeza de que Louis llevaba el cuerpo de Rachel.




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