Page 105 - El cazador de sueños
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vehemencia, pero sin levantar la voz. Se dio una palmada en el pecho y escupió los
           restos mordisqueados del último palillo—. Jo, tío, tengo el corazón a mil.
               A Jonesy también se le había acelerado el pulso, y notaba que le sudaba la cara. A

           pesar de ello, entró. El aire fresco de la puerta trasera había ventilado bastante la sala
           principal, pero en el dormitorio hacía una peste espantosa, mezcla de caca, metano y
           éter. Jonesy sintió que se le revolvía en el estómago lo poco que había comido, y le

           dio  la  orden  de  estarse  quieto.  Al  principio,  cuando  tuvo  a  sus  pies  el  orinal,  se
           resistió a mirarlo. Le bailaban en la cabeza imágenes de películas de terror: vísceras
           flotando en sangre, dientes, una cabeza cortada…

               —¡Venga! —susurró Beaver.
               Jonesy apretó los párpados, bajó la cabeza, retuvo el aliento y volvió a abrir los
           ojos. Lo único que vio fue porcelana limpia brillando a la luz de la lámpara del techo.

           El orinal estaba vacío. Dejó salir el aire de los pulmones, con un suspiro y los dientes
           apretados, y volvió junto a Beaver esquivando las manchas de sangre del suelo.

               —Nada —dijo—. Venga, ya está bien de hacer el payaso.
               Pasaron al lado de la puerta cerrada del armario de la ropa y examinaron la del
           váter, que era de pino. Beaver miró a Jonesy. Jonesy negó con la cabeza.
               —Ahora te toca a ti —susurró—. Yo ya he mirado el orinal.

               —Lo has encontrado tú —contestó Beaver, adelantando la mandíbula con tozudez
           —. Es cosa tuya.

               Ahora Jonesy oía otra cosa; para ser exactos, lo oía sin oírlo, en parte porque era
           un ruido más familiar, pero sobre todo por lo obsesionado que estaba con McCarthy,
           a quien había estado a punto de pegar un tiro. Zum, zum, zuñí… Un ruido como de
           ventilador, tenue pero creciendo. Y acercándose.

               —A  la  mierda  —dijo.  Usó  su  tono  de  voz  normal,  pero  fue  suficiente  para
           sobresaltarles un poco a los dos. Dio un golpe en la puerta con los nudillos—. ¡Señor

           McCarthy! ¡Rick! ¿Te encuentras bien?
               No contestará, pensó Jonesy. No contestará porque está muerto.
               McCarthy, sin embargo, no estaba muerto. Gimió y dijo:
               —Es  que  estoy  un  poco  mareado.  Tengo  que  ir  de  vientre.  Si  consigo  ir  de

           vientre,  estaré…  —Otro  gemido  y  otro  pedo,  esta  vez  grave  y  casi  líquido,  cuyo
           sonido arrancó una mueca a Jonesy—. … estaré bien —dijo, acabando la frase.

               La voz, a Jonesy, le pareció indicativa de cualquier cosa menos de encontrarse
           bien. Parecía que McCarthy respirara con dificultad, y que le doliera mucho algo. Lo
           confirmó otro gemido más fuerte, seguido por otro ruido líquido, como una especie

           de desgarrón, y por último de un grito.
               —¡McCarthy!  —Beaver  intentó  girar  el  pomo,  pero  se  resistía.  McCarthy,  el
           regalito del bosque, había cerrado por dentro—. ¡Rick! —Beaver sacudió el pomo—.

           ¡Abre, hombre!




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