Page 107 - El cazador de sueños
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empezó a pegar gritos.
               De repente, una serie de cosas que Jonesy había conseguido no pensar salieron
           del armario y corrieron hacia su conciencia haciendo cabriolas y muecas. A pesar de

           ello, al girarse, lo único que vio fue una cierva en la cocina, con la cabeza por encima
           del mármol y observándoles con sus ojos marrones y dulces. Jonesy respiró hondo,
           entrecortadamente, y se recostó contra la pared.

               —La madre que la parió —musitó Beaver. Luego avanzó hacia el ciervo dando
           palmadas—. ¡Arreando, guapa! ¿No sabes en qué época del año estamos? ¡Venga,
           media vuelta y sal, pero cagando leches! ¡O te meto un petardo en el culo!

               El ciervo se quedó un rato en el mismo sitio, abriendo los ojos con una expresión
           de alarma casi humana. A continuación dio media vuelta, rozando con la cabeza la
           batería de ollas, cazos y pinzas que había encima de los fogones. Entrechocaron, y

           alguno, para mayor estrépito, se cayó del gancho. Luego el ciervo salió por la puerta,
           moviendo su colita blanca.

               Beaver lo siguió, y a medio camino dispensó una mirada hostil a las caquitas que
           habían quedado en el linóleo.


























































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