Page 106 - El cazador de sueños
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Simulaba, o quería simular, desenfado, como si fuera una broma, una travesura de
campamento, pero sólo conseguía parecer más asustado.
—Estoy bien —dijo McCarthy, que ahora jadeaba—. Es que… Nada, tíos, que
esto hay que aligerarlo un poco.
Se oyeron más flatulencias. Calificar lo que oían de «gases» habría sido una
ridiculez. La palabra sugería algo etéreo, amerengado, mientras que el ruido que se
oía detrás de la puerta cerrada era brutal y carnoso, como de carne desgarrada.
—¡McCarthy! —dijo Jonesy. Llamó a la puerta—. ¡Déjanos entrar! —Pero
¿quería entrar? No. Habría preferido que McCarthy siguiera extraviado, o que le
encontrara otro. Todavía peor: el núcleo amigdaloide que tenía en la base del cráneo,
aquel reptil sin escrúpulos, deseaba haberle pegado un tiro a McCarthy, para
ahorrarse complicaciones—. ¡McCarthy!
—¡Marchaos! —exclamó McCarthy con vehemencia, pero sin fuerzas—. ¿Tanto
os cuesta dejar… dejarle a alguien que haga aguas mayores? ¡Jolín!
Zum zum zum… El ruido de ventilador era más fuerte, y se acercaba.
—¡Rick, chaval! —Ahora era Beaver, que se aferraba al tono despreocupado con
una especie de desesperación, como un escalador en peligro cogiéndose a la cuerda
—. ¿Por dónde sangras?
—¿Sangrar? —McCarthy parecía sincero en su sorpresa—. Si no sangro.
Jonesy y Beaver intercambiaron miradas de susto.
ZUM ZUM ZUM.
El ruido, esta vez, acaparó la atención de Jonesy, que experimentó un alivio
enorme.
—Ruido de helicóptero —dijo—. Seguro que le buscan.
—¿Tú crees?
La expresión de Beaver era de estar oyendo algo demasiado bueno para ser
verdad.
—Sí. —Jonesy consideró posible que los del helicóptero hubieran salido a
investigar las luces del cielo, o a averiguar qué les pasaba a los animales, pero ni
quería pensarlo ni le interesaba. Sólo le importaba una cosa: tener a McCarthy fuera
del váter, fuera de su alcance y en un hospital de Machias o Derry—. Sal y hazles
señales de que bajen.
—¿Y si…?
¡ZUM ZUM ZUM! Y detrás de la puerta se repitió el ruido líquido de desgarrón,
seguido por otro grito de McCarthy.
—¡Sal, coño! —exclamó Jonesy—. ¡Diles que aterricen! ¡Por mí como si tienes
que bajarte los pantalones y bailarles la danza del vientre! ¡Pero que bajen!
—Vale, vale…
Beaver había empezado a darse la vuelta. De repente hizo gestos espasmódicos y
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