Page 109 - El cazador de sueños
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—¡QUÉDENSE AQUÍ! —tronó con voz de dios-robot el hombre que se había
asomado del helicóptero—. ¡ESTA ZONA ESTÁ TEMPORALMENTE EN
CUARENTENA! ¡REPITO: ESTA ZONA ESTÁ TEMPORALMENTE EN
CUARENTENA! ¡QUÉDENSE AQUÍ'!
Empezaba a nevar menos, pero una ráfaga de viento arrojó a la cara de Beaver, en
forma de cortina, parte de la nieve que habían absorbido los rotores del helicóptero.
Beaver entrecerró los ojos para protegerse y agitó los brazos. Le entró nieve helada
por la boca. Escupió el mondadientes para no atragantarse (siempre decía su madre
que se moriría así, atragantándose con un palillo) y exclamó:
—¿Cómo que cuarentena? Aquí dentro hay un enfermo. ¡Tienen que venir a
buscarle!
Él no tenía ningún megáfono que le amplificara la voz, y sabía que el jodido zum
zum de las hélices les impedía oírle, pero igualmente se desgañitó. Al formar la
palabra «enfermo» con los labios, se dio cuenta de que no había enseñado bien los
dedos al del helicóptero. Eran tres, no dos. Empezó a extender la cantidad
correspondiente de dedos, pero luego pensó en Henry y Pete. Aún no estaban, pero
volverían, a menos que les hubiera pasado algo. Conque ¿cuántos eran, en realidad?
Decir que dos era equivocarse, pero ¿y tres? ¿No sería cinco la respuesta acertada?
Como solía ocurrirle en situaciones así, Beaver se quedó en blanco. En el colegio
tenía a Henry sentado al lado, o a Jonesy detrás, y uno de los dos le soplaba la
respuesta. Allí fuera no había nadie para ayudarle, sólo el zum zum rompiéndole el
tímpano y el remolino de nieve metiéndosele en la garganta y los pulmones,
haciéndole toser.
—¡QUÉDENSE AQUÍ! ¡LA SITUACIÓN TARDARÁ ENTRE
VEINTICUATRO HORAS Y CUARENTA Y OCHO HORAS EN
SOLUCIONARSE! ¡SI NECESITAN COMIDA, JUNTE LOS BRAZOS ENCIMA
DE LA CABEZA!
—¡Somos más! —dijo Beaver al que se había asomado fuera del helicóptero.
Gritaba tanto que veía puntitos rojos—. ¡Tenemos un enfermo! ¡Tenemos… UN
ENFERMO!
El imbécil del helicóptero arrojó el megáfono al interior de la cabina y, en
atención a Beaver, dibujó un círculo con el pulgar y el índice, como diciendo: «¡Vale,
ya te he entendido!» Beaver se puso histérico del chasco, pero levantó un brazo en
vertical con la mano abierta: un dedo para cada uno de los cuatro, más el pulgar para
McCarthy. El del helicóptero lo vio y contestó con una sonrisa. Durante un momento
de auténtica euforia, Beaver creyó haberse hecho entender por el memo de la
mascarita, hasta que el muy animal le devolvió lo que creía que había sido un saludo
con la mano, dijo algo al piloto que tenía detrás y el helicóptero inició el ascenso.
Beaver Clarendon, mientras tanto, medio cubierto de nieve, seguía berreando:
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