Page 112 - El cazador de sueños
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El hecho era que a Jonesy le dolían horrores tanto la pierna como la cadera, pero
no había pensado en ello hasta oírle sacar el tema a Beaver.
—Estoy bien —dijo.
—Sí, y yo soy el Papa de Roma.
—A la de tres. ¿Listo? —Y, cuando Beaver asintió—: Uno… dos… ¡tres!
Arremetieron a la vez contra la puerta y la sometieron a la brusca presión de casi
doscientos kilos. Cedió con una facilidad absurda, que les arrojó al cuarto de baño
tropezando y sujetándose entre sí. Les resbalaban los pies en la sangre de las
baldosas.
—¡Hostia! —dijo Beaver. Su mano derecha se trasladó a la boca, que por una vez
no tenía palillo, y la cubrió. Los ojos, encima, estaban muy abiertos y empañados—.
¡Me cago en la puta!
Jonesy fue incapaz de decir nada.
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