Page 115 - El cazador de sueños
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en plena cara. Era un olor denso y verde, como a tierra encharcada. Los de la mujer
           no se parecían en nada. Eran… eran como cuando de niño te regalan el primer juego
           de química, y después de unos días te cansas de los experimentitos para maricas que

           trae el libro, se te va la olla y mezclas todos los potingues, sólo para ver si explota.
           Pete se dio cuenta de que era una de las causas de que estuviera tan preocupado y con
           los nervios de punta; y eso que era una chorrada, porque la gente no explota porque

           sí. A pesar de ello, necesitaba una ayudita. Porque la buena señora lo estaba poniendo
           nervioso cosa seria.
               Cogió dos de los trozos de leña que había recogido Henry, los añadió al fuego, se

           lo pensó y puso otro. Saltó un torbellino de chispas, que se apagaron en la lámina
           oblicua del techo.
               —Volveré  antes  de  que  se  haya  consumido,  pero  bueno,  si  quiere  poner  otro,

           usted misma. ¿De acuerdo?
               Nada. De repente le entraron ganas de zarandearla, pero entre la ida y la vuelta le

           esperaba  una  caminata  de  más  de  dos  kilómetros,  y  convenía  ahorrar  fuerzas.
           Además, seguro que se tiraba otro pedo o le eructaba en la cara.
               —Pues nada —dijo—, el que calla otorga. Es lo que decía en cuarto la señora
           White.

               Se levantó sujetándose la rodilla, y entre muecas, resbalones y amagos de caída,
           consiguió  ponerse  en  pie,  porque  necesitaba  la  cerveza  y  no  había  nadie  más  que

           pudiera  ir  a  buscarla.  ¡Joder  si  la  necesitaba!  Probablemente  fuera  alcohólico.  Ni
           probablemente ni hostias: seguro. Preveía que en algún momento tendría que tomar
           una  decisión,  pero  de  momento  estaba  solo,  ¿no?  Sí,  porque  aquella  mamona  era
           como si no estuviera. Su único acto de presencia eran flatulencias apestosas y un ojo

           que daba repelús. ¿Que necesitaba echar más leña al fuego? Que lo hiciera ella. Pero
           no, no haría falta, porque Pete volvería mucho antes. Sólo eran dos kilómetros y pico.

           Seguro que la pierna los soportaba.
               —Ahora  vuelvo  —dijo.  Se  agachó  para  darse  un  masaje  en  la  rodilla.  Estaba
           rígida,  pero  en  estado  aceptable.  Sí,  la  verdad  era  que  sí.  No  tardaría  casi  nada.
           Cuestión de meter la cerveza en una bolsa y, ya que estaba, coger una caja de galletas

           saladas para la mujer—. ¿Seguro que se encuentra bien?
               Nada, sólo el ojo.

               —El  que  calla  otorga  —repitió,  y  emprendió  la  caminata  por  Deep  Cut  Road,
           siguiendo el surco ancho que había dejado la lona y las huellas de él y Henry, que
           casi se habían borrado con la nieve. Caminaba a tramos cortos, deteniéndose cada

           diez o doce pasos para descansar… y masajearse la rodilla. En una ocasión se giró
           para  mirar  el  fuego.  A  la  luz  de  aquel  mediodía  gris,  ya  parecía  pequeño  e
           insignificante—. Esto es una locura —dijo, pero siguió caminando.







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