Page 117 - El cazador de sueños
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¿Qué mejor premio que una cerveza?
Eres un alcohólico. Lo sabes, ¿no? Un alcohólico de mierda.
Sí, y ¿qué quería decir? Que había que extremar las precauciones. No podía
enterarse nadie de que hubiera dejado sola en el bosque a una mujer medio en coma
para ir a por unas birras, por poner un ejemplo. Y, cuando volviera al refugio, tendría
que acordarse de tirar las latas vacías muy dentro del bosque; aunque eso no
garantizaba que no se enterara Henry, porque cuando estaban juntos siempre
resultaba que sabían cosas el uno del otro sin habérselas dicho. Por otro lado, y al
margen de que se leyeran el pensamiento, mucho había que madrugar para engatusar
a Henry Devlin.
A pesar de todo, Pete juzgó poco probable que Henry le diera la vara con el tema
de la cerveza, a menos que él, Pete, decidiera que había llegado el momento de
comentárselo. Y de pedirle ayuda a Henry, quizá. Era una posibilidad, pero cada cosa
a su tiempo. Lo único claro era que a Pete le había quedado mal sabor de boca. Dejar
sola a aquella mujer daba una imagen bien poco agradable de Peter Moore. Aunque
Henry… a Henry, aquel noviembre, también le pasaba algo raro. Pete no sabía si
Beaver también lo notaba, pero estaba casi seguro de que Jonesy sí. Henry estaba
jodidillo. Quizá hasta…
Oyó un gruñido a sus espaldas, gritó y dio media vuelta. Se le había vuelto a
poner tiesa la rodilla, y esta vez a lo bestia, pero tenía tanto miedo que no se dio ni
cuenta. Era el oso. O había vuelto el de antes, o era otro, pero…
No era ningún oso, sino un alce que pasó de largo con displicente mirada. Pete
volvió a caerse en medio del camino, diciendo palabrotas con voz gutural y
cogiéndose la pierna. Mientras veía caer la nieve, se llamó tonto. Tonto alcohólico.
Pasó un momento de miedo, porque parecía que esta vez no fuera a desatascársele
la rodilla. Se le había roto algo por dentro, y se quedaría tumbado en medio del éxodo
animal hasta que volviera Henry con la motonieve. Entonces Henry le diría: «¿Qué
coño haces tú aquí? ¿Por qué la dejas sola? No sé ni por qué lo pregunto, porque ya lo
sé.»
Después de un rato, sin embargo, consiguió levantarse. A lo máximo que llegaba
era a dar pasitos cortos, cojeando, pero era mejor que quedarse en la nieve a pocos
metros de una montañita de caca fresca de alce. Ahora veía el Scout volcado, con las
ruedas y la parte de abajo del chasis cubiertos de nieve fresca. Se dijo que, si la
última caída le hubiera pillado en la subida, habría vuelto junto a la mujer y el fuego,
pero que ahora, con el Scout a la vista, era preferible seguir. Que su objetivo principal
eran las escopetas, y las botellas de Bud un simple aliciente secundario. Y casi se lo
creyó. En cuanto al regreso… Bueno, de alguna manera se las arreglaría. ¿No había
llegado hasta ahí? Pues eso.
Cuando faltaban menos de cincuenta metros para alcanzar el Scout, oyó acercarse
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