Page 121 - El cazador de sueños
P. 121
donde antes apartaban los camiones para descargar… había escrito algo más.
Pete estaba sentado en la nieve, pero ya no notaba que se le deshiciera debajo del
culo. Bebía su segunda cerveza, sin darse cuenta ni de que la hubiera abierto. (La
primera botella vacía la había arrojado al bosque, donde seguía viendo animales que
se desplazaban hacia el este.) Y se acordó de cuando habían conocido a Duds. Se
acordó de la ridícula chaqueta que llevaba Beaver, la que tanto le gustaba; se acordó
de su voz, algo atiplada pero con autoridad, anunciando el final de algo y el principio
de otra cosa; anunciando de una manera difícil de entender, pero real y perceptible,
que el curso de sus vidas había cambiado un martes por la tarde en que sólo tenían
pensado jugar un dos contra dos en el porche de Jonesy y luego, quizá, un parchís
delante de la tele. Ahora que estaba sentado en el bosque, al lado del Scout volcado,
ahora que seguía oliendo la colonia que no se había puesto Henry, y que bebía el
veneno feliz de su vida con una mano con manchas de sangre en el guante, el
vendedor de coches se acordó del niño que no había renunciado por completo a sus
sueños de hacerse astronauta, pese a sus dificultades con las matemáticas. (Primero lo
ayudaba Jonesy, y luego Henry, hasta que en décimo curso ya no tenía remedio.)
También se acordó del resto de los chavales, sobre todo de Beaver, que le había dado
a todo la vuelta con una exclamación de su voz todavía infantil, pero por poco
tiempo: «¡Vale ya, tíos! ¡Dejadle en paz, joder!»
—Beaver —dijo Pete, con la espalda apoyada en el capó del Scout volcado, y
brindó con la tarde oscura—. Estuviste genial.
Todos, ¿no?
¿A que habían estado todos geniales?
www.lectulandia.com - Página 121