Page 119 - El cazador de sueños
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A los cinco minutos estaba de rodillas, extremando las precauciones para introducirse
en el Scout volcado. No tardó en comprender que la rodilla mala le sustentaría poco
tiempo (ahora la tenía hinchada por dentro del vaquero, como una hogaza dolorosa de
pan), y lo que hizo, más o menos, fue nadar por el interior nevado. No le gustaba; le
parecían demasiado fuertes todos los olores, y demasiado cerrado el espacio. Casi era
como entrar a rastras en una tumba, pero que oliera a la colonia de Henry.
La compra estaba desperdigada por toda la parte de atrás, pero Pete apenas se fijó
en el pan, las latas, la mostaza y el paquete de salchichas rojas (casi la única carne
que vendía el viejo Gosselin). A él le interesaba la cerveza, y por lo visto sólo se
había roto una botella al volcar el Scout. La suerte del borracho. Olía mucho (como
era de esperar, también se había derramado la que estaba bebiendo Pete en el
momento del accidente), pero le gustaba el olor a cerveza. En cambio la colonia de
Henry… ¡Puaj! A su manera apestaba tanto como las flatulencias de la mujer.
Desconocía el motivo de que el olor a colonia le hiciera pensar en ataúdes, tumbas y
coronas fúnebres, pero así era.
—Además, ¿qué sentido tiene ponerse colonia en el bosque? —preguntó, cada
palabra una nubécula blanca de vapor.
La respuesta era lógica: que de hecho Henry no llevaba. En realidad sólo olía a
cerveza. Por primera vez en mucho tiempo, Pete se acordó de aquella comercial de
inmobiliaria tan guapa que había perdido las llaves del coche delante de la farmacia
de Bridgton, y de cuando él había adivinado que ni acudiría a la cita ni quería estar a
menos de quince o veinte kilómetros de él. ¿Se parecía en algo el episodio a oler una
colonia inexistente? Pete no lo sabía. Sólo sabía que no le gustaba que se le
mezclaran en la cabeza el olor y la idea de la muerte.
No seas burro y no le des más vueltas. Lo único que pasa es que te sugestionas.
Hay una diferencia muy grande entre ver la línea, verla de verdad, y sugestionarse.
Menos chorradas y coge lo que has venido a buscar.
—¡Coño, qué buena idea! —dijo Pete.
Las bolsas del súper no eran de papel, sino de plástico y con asas. En eso, al
menos, estaba al día Gosselin. Pete le echó mano a una, y al hacerlo sintió un dolor
agudo en el índice izquierdo. Claro, como sólo había una botella rota, tenía que
cortarse. ¡Cagüen…! A juzgar por la sensación, el corte era profundo. Quizá fuera el
castigo por dejar sola a la mujer. En ese caso, lo aguantaría como un macho y se
consideraría afortunado.
Hizo acopio de ocho botellas y empezó a salir del Scout, pero le asaltó una duda.
¿Todo ese camino cojeando, sólo por ocho míseras cervezas?
—No —murmuró.
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