Page 124 - El cazador de sueños
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intermedia, pero a la mayoría les acompaña su madre en el autocar especial, que en
           vez de amarillo es azul. A la hora en que Henry, Beaver, Jonesy y Pete pasan por la
           acera de enfrente del Mary M. Snowe, coinciden con algunos de los alumnos menos

           retrasados, los que tienen permiso para volver solos a casa y lo miran todo riendo,
           con aquella expresión tan peculiar de sorpresa continua. Para Pete y sus amigos es
           como si no existieran. Sólo son otro dibujo en el papel de pared del mundo.

               Henry, Jonesy y Pete escuchan atentamente a Beav, que les está contando que al
           llegar a Hole in the Wall tendrán que bajar al Barranco, porque es donde suelen ir los
           ciervos grandes. Abajo hay arbustos que les gustan.

               —Yo y papá, abajo, hemos visto como mil millones de ciervos —dice. Los cierres
           de  las  cremalleras  de  su  chaqueta  gastada  de  motorista  hacen  ruido  de  estar  de
           acuerdo.

               Discuten sobre quién cazará el ciervo más grande y cuál es el mejor sitio para
           matar  uno  de  un  solo  tiro,  para  que  no  sufra.  («Aunque  dice  mi  padre  que  los

           animales, cuando están heridos, no sufren como las personas —les cuenta Jonesy—.
           Dice que Dios los hizo diferentes para que esté bien que los cacemos.») Se ríen, se
           pelean  y  discuten  sobre  cuál  de  los  cuatro  tiene  más  posibilidades  de  vomitar  la
           comida llegado el momento de destripar las piezas, y va quedando más y más lejos el

           colé de los subnormales. Delante, por la acera que recorren, se agiganta el edificio
           rojo de ladrillo donde estaba la oficina de Tracker Hermanos.

               —Yo seguro que no vomito —se jacta Beaver—. He visto tripas de ciervo mil
           veces, y no me afectan. Me acuerdo de que una vez…
               —¡Tíos, tíos! —interviene Jonesy, que de repente está muy agitado—. ¿Queréis
           verle el chocho a Tina Jean Schlossinger?

               —¿Quién es Tina Jean Sloppinger? —pregunta Pete.
               Pero  ya  está  intrigado.  Le  parece  buenísima  idea  verle  el  coño  a  alguien,  sea

           quien sea; se pasa el día mirando los Penthouse y Playboy de su padre, los que guarda
           en el taller detrás de la caja de herramientas grande. Los coños son muy interesantes.
           No se la levantan ni le ponen cachondo como ver tetas, pero debe de ser porque aún
           es muy joven.

               Sí, los coños son interesantes.
               —Schlossinger  —dice  Jonesy  entre  risas—.  Schlossinger,  Petesky.  Los

           Schlossinger viven a dos manzanas de mi casa, y… —De repente se queda callado,
           por efecto de una importante cuestión que debe responderse de inmediato. Se vuelve
           hacia Henry—. ¿Los Schlossinger son judíos o republicanos?

               Ahora el que ríe es Henry; se ríe de Jonesy, pero sin mala intención.
               —Técnicamente, creo que es posible ser las dos cosas a la vez… o ni lo uno ni lo
           otro.

               Pete queda impresionado por lo bien que habla Henry. «Ni lo uno ni lo otro.»




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