Page 123 - El cazador de sueños
P. 123

credo sin una idea clara de lo que sale por su boca. A ellos lo que les interesa es la
           falda  de  Maureen  Chessman,  que  de  por  sí  ya  es  corta,  pero  que  ha  subido  hasta
           medio muslo al girarse ella. En el fondo creen que un día la falda de Maureen subirá

           bastante para que le vean el color de las bragas, como creen que Derry es eterno, y
           que  ellos  también  son  eternos.  Siempre  irán  a  este  colegio,  siempre  serán  las  tres
           menos cuarto, siempre caminarán juntos por Kansas Street para jugar a baloncesto en

           el  jardín  de  Jonesy  (Pete,  delante  de  casa,  también  tiene  aro,  pero  prefieren  el  de
           Jonesy  porque  su  padre  lo  ha  puesto  bastante  bajo  para  hacer  mates),  y  siempre
           hablarán  de  lo  mismo:  de  clases,  de  profesores,  de  quién  ha  hecho  la  última

           barbaridad… (De momento, en lo que va de año, las preferencias de los cuatro se
           decantan  por  un  alumno  de  séptimo  que  se  llama  Norm  Parmeleau,  pero  que  ha
           pasado  a  ser  conocido  como  Macarrones  Parmeleau,  un  apodo  que  le  perseguirá

           muchos  años,  hasta  en  el  nuevo  siglo  del  que  hablan  los  cuatro  sin  creer  en  su
           existencia. Un día, en el bar, para ganar una apuesta de veinticinco centavos, Norm

           Parmeleau se metió macarrones y queso en los dos agujeros de la nariz, los aspiró
           como  si  fueran  mocos  y  se  los  tragó.  Como  tantos  alumnos  de  entre  séptimo  y
           noveno, Macarrones Parmeleau ha confundido la fama con la mala fama.) Siempre
           hablarán de quién sale con quién (si se ve volver juntos del colé a una chica y un

           chico, se supone que pueden salir juntos; si se les ve haciendo manilas o morreando,
           es que seguro), y de quién ganará la Superbowl (los Patriots, coño, los Patriots de

           Boston, aunque luego resulta que nunca la ganan, y que tener que ser de los Patriots
           es un marrón). Siempre son los mismos temas, eternamente fascinantes para quienes
           salen del mismo colegio («creo en Dios todopoderoso») y caminan por la misma calle
           («creador  del  cielo  y  la  tierra»),  bajo  el  mismo  cielo  blanco  de  octubre  y  con  los

           mismos amigos («amén»). El mismo día y el mismo rollo: en el fondo creen eso, y,
           como K. C. and the Sunshine Band (aunque ellos siempre te dirán que el rock es la

           hostia y la música disco una puta mierda), dicen That's the way I like it: así es como
           me gusta. El cambio, cuando ocurra, será repentino y no anunciado, como para todos
           los niños de su edad. Si el cambio tuviera que pedir permiso a los alumnos de entre
           séptimo y noveno, dejaría de existir.

               Hoy  se  añade  a  la  lista  otro  tema  de  conversación:  la  caza,  porque  el  señor
           Clarendon, por primera vez, va a llevárselos a Hole in the Wall. Pasarán tres días

           fuera, dos de ellos lectivos. (El colegio no pondrá ninguna pega al viaje, ni hará falta
           mentir sobre el objetivo de la excursión; el sur de Maine puede haberse urbanizado,
           pero arriba, en el norte, la caza sigue siendo considerada como parte integrante de la

           educación de los jóvenes, sobre todo varones.) La idea de caminar sigilosamente por
           el bosque con la escopeta cargada, mientras sus amigos se mueren de asco en el colé,
           les  parece  la  rehostia,  tanto  que  pasan  por  la  acera  de  enfrente  del  colé  de  los

           subnormales y ni se fijan. Los retrasados salen a la misma hora que los de la escuela




                                        www.lectulandia.com - Página 123
   118   119   120   121   122   123   124   125   126   127   128