Page 134 - El cazador de sueños
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remotos cuando se hace de día y vuelve a cargarse la atmósfera. Al final sólo quedó
           la  voz  de  sus  propios  pensamientos,  insistiendo  en  que  en  Hole  in  the  Wall  había
           ocurrido o estaba a punto de ocurrir algo horrible; igual de horrible que lo que estaba

           a punto de ocurrir, o ya había ocurrido, en el Scout o el refugio de los leñadores.
               Ocho kilómetros más. Ocho kilómetros más.
               Haciendo un esfuerzo por no seguir pensando en el amigo a quien había dejado

           detrás, ni en los dos que tenía delante, y menos en lo que pudiera estar ocurriendo por
           toda aquella zona, encarriló sus pensamientos por la misma senda que habían tomado,
           como sabía, los de Pete: la que llevaba a 1978, a Tracker Hermanos y a Duddits.

           Henry  no  entendía  que  Duddits  Cavell  pudiera  tener  algo  que  ver  con  todo  aquel
           follón, pero todos coincidían en pensar en él, y a Henry ni siquiera le hacía falta la
               conexión  mental  de  siempre  para  saberlo.  Pete  había  mencionado  a  Duds  de

           camino al refugio de leñadores, cuando arrastraban a la mujer en la lona. Días antes,
           yendo con Henry por el bosque (el día en que Henry había cazado su ciervo), Beaver

           también había hecho varios comentarios sobre Duddits, acordándose del año en que
           se lo habían llevado los cuatro a Bangor para hacer las compras de Navidad. (Jonesy,
           entonces, acababa de sacarse el permiso de conducir, y habría llevado a quien fuera a
           cualquier parte.) ¡Qué risa la de Beaver, al acordarse del miedo de Duddits de que no

           existiera  Santa  Claus,  y  del  esfuerzo  conjunto  de  los  cuatro  (convertidos  en
           chicarrones de instituto, con ganas de comerse el mundo) para convencerle de que sí!

           Con éxito, claro. Por otro lado, sólo hacía un mes que Jonesy había llamado a Henry
           por teléfono desde Boston, borracho (las borracheras eran mucho menos frecuentes
           en Jonesy que en Pete, sobre todo desde el accidente, y era la única llamada llorona
           que le conocía Henry en toda su amistad) y diciendo que nunca había hecho nada tan

           bueno,  tan  simple  y  llanamente  genial,  como  lo  que  habían  hecho  en  1978  por  el
           pobre Duddits. Fue el mejor momento del grupo, había dicho Jonesy por teléfono.

           Henry,  con  un  desagradable  sobresalto,  cayó  en  la  cuenta  de  haberle  dicho
           exactamente lo mismo a Pete. Caray con Duddits. Qué cabrón.
               Ocho kilómetros más… o puede que siete. Ocho kilómetros más… o puede que
           siete.

               La intención era ver la foto del coño de una chica, la que, supuestamente, estaba
           clavada en el tablón de un despacho abandonado. A Henry, después de tantos años, se

           le había olvidado el nombre de la chica; sólo se acordaba de que era la novia de aquel
           gilipollas de Grenadeau, y reina de la fiesta para ex alumnos de 1978 en el instituto
           de Derry. Ambas cosas añadían un interés especial a la perspectiva de verle el coño.

           Y entonces, justo cuando se metían por el camino de entrada, habían visto en el suelo
           una camiseta de los Tigers de Derry. Y en el camino, más adelante, había otra cosa.
               «A mí esos dibujos me revientan. Nunca se cambian de ropa», había dicho Pete; y

           Henry había abierto la boca para contestar, pero no había tenido tiempo, porque…




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