Page 208 - El cazador de sueños
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usarlo de premisa.
               —¿Cuántos etés quedan por bajar? —preguntó Owen.
               —Que sepamos, puede que unos cien.

               —¿Y que no sepamos? ¿Lo ha calculado alguien?
               Kurtz  se  desentendió  con  un  gesto.  Lo  suyo  no  era  saber.  Competía  a  otro
           departamento, cuyos miembros no habían sido invitados a aquella fiesta.

               —¿Los supervivientes son tripulación? —insistió Underhill. —No lo sé, pero lo
           dudo. Para tripulantes son demasiados, y para colonos demasiado pocos. Para tropas
           de choque ya no te digo lo cortos que se quedan.

               —¿Y qué más, jefe? Porque seguro que pasa algo más.
               —¿Tan claro lo tienes?
               —Sí.

               —¿Por qué?
               Underhill se encogió de hombros.

               —¿Por intuición?
               —No, no es intuición —dijo Kurtz, casi con dulzura—. Es telepatía.
               —¿Mande?
               —De bajo nivel, pero no cabe la menor duda. La gente nota algo, pero aún no le

           han  puesto  nombre.  Es  cuestión  de  horas.  Nuestros  amigos  grises  son  telépatas,  y
           parece que lo propagan igual que el hongo.

               —Jodeeer —susurró Owen Underhill.
               Kurtz permaneció sentado y sereno, viéndole pensar. Le gustaba ver pensar a la
           gente que tenía un poco de cerebro, y ahora al gusto se sumaba otra cosa: que oía
           vagamente el pensamiento de Owen, como el ruido del mar en una concha vacía.

               —En  este  medio,  el  hongo  se  debilita  —dijo  Owen—.  Ellos  también.  ¿Y  la
           percepción extrasensorial?

               —Aún no se puede decir, pero si resulta que dura, y si sale de esta zona, donde
           aparte de pinos sólo hay cuatro gatos mal contados, cambia todo. Te das cuenta, ¿no?
               Sí, Underhill se daba cuenta.
               —No me lo puedo creer.

               —Estoy pensando en un coche —dijo Kurtz—. ¿En cuál?
               Owen  le  miró  con  cara  de  estar  pensando  si  lo  decía  en  serio.  Al  ver  que  sí

           sacudió la cabeza.
               —¿Cómo  quieres  que…?  —Hizo  una  pausa—.  Un  Fiat.  —No,  pero  casi:  un
           Ferrari. Ahora pienso en un sabor de helado. ¿Cuál?

               —Pistacho —dijo Owen.
               —Te toca.
               Owen  hizo  otra  pausa,  al  término  de  la  cual,  vacilante,  le  preguntó  a  Kurtz  si

           sabía cómo se llamaba su hermano.




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