Page 209 - El cazador de sueños
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—Kellogg —contestó Kurtz—. Pero hombre, Owen, ¿a quién se le ocurre ponerle
           eso a un niño?
               —Es el apellido de soltera de mi madre. ¡Joder! ¡Telepatía!

               —Te digo una cosa: con esto la audiencia de ¿Quiere ser millonario? se les va al
           garete —dijo Kurtz, y repitió— : Eso si sale de aquí.
               Se oyó un disparo y un grito fuera del edificio.

               —¡No hace falta que dispare! —exclamó alguien con una mezcla de indignación
           y miedo—. ¡No hace falta que dispare!
               Esperaron, pero no se oyó nada más.

               —El  recuento  confirmado  de  cadáveres  de  grises  es  de  ochenta  y  uno  —dijo
           Kurtz—.  Lo  más  probable  es  que  haya  más.  Después  de  caerse  se  descomponen
           bastante deprisa. Sólo queda un potingue… y luego el hongo.

               —¿Por toda la zona? Kurtz negó con la cabeza.
               —Imagínate una cuña con la punta hacia el este. La base es Blue Boy; nosotros

           estamos en medio, y al este se pasean unos cuantos inmigrantes ilegales de la facción
           gris. La mayoría de las luces se han quedado por encima de la zona de la cuña.
               —Se irá todo al carajo, ¿no? —preguntó Owen—. No sólo los grises, la nave y
           las luces, sino toda la puta geografía.

               —Sobre eso, de momento, no puedo hacer comentarios —dijo Kurtz.
               No,  claro,  pensó  Owen,  y  acto  seguido  se  preguntó  si  Kurtz  le  leía  el

           pensamiento. No se podía saber, y menos notárselo en sus ojos azules.
               —Lo  que  te  puedo  decir  es  que  sacaremos  al  resto  de  los  grises.  En  los
           helicópteros sólo irán hombres tuyos. Eres Blue Boy Leader. ¿Está claro?
               —Sí, señor.

               Kurtz  no  le  corrigió.  En  aquel  contexto,  y  dada  la  aversión  manifiesta  de
           Underhill a la misión, bien estaba «señor». —Y yo soy Blue One. Owen asintió con

           la cabeza. Kurtz se levantó y miró su reloj. Ya eran las doce pasadas.
               —Se  correrá  la  voz  —dijo  Underhill—.  En  la  zona  hay  muchos  ciudadanos
           estadounidenses.  Será  imposible  que  no  se  entere  nadie.  ¿Cuántos  hay  que  tengan
           los… los implantes?

               Kurtz estuvo a punto de sonreír. Ah, sí, las comadrejas. Había muchas, a las que
           en años sucesivos habría que sumar unas cuantas más. Underhill no lo sabía, pero

           Kurtz  sí.  Menudos  bicharracos.  Era  una  de  las  ventajas  de  mandar:  que  nadie  te
           obligaba a contestar preguntas que no fueran de tu agrado.
               —Lo  que  pase  luego  ya  dependerá  de  los  expertos  —dijo—.  Nosotros  lo  que

           tenemos que hacer es reaccionar a lo que han decidido una serie de personas (la voz
           de una de las cuales debe de salir en tu cinta) que es un peligro claro e inmediato para
           la población de Estados Unidos. ¿Me explico?

               Underhill sostuvo la mirada de sus ojos claros, pero al final sucumbió.




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