Page 204 - El cazador de sueños
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ciudadanos medios bajo la impresión (de la que no tardarían en desengañarles) de que
aún estaban en un país en paz. Pronto estarían en el establo (o, si preferían aire fresco,
en el corral), donde no se podía pagar con Visa. Se les concedería permiso para
conservar los teléfonos móviles; no había cobertura, porque estaban en el quinto pino,
pero quizá se entretuvieran dándole al botón de rellamada.
—Oye, Owen, ¿en total cuánta gente hay en la zona azul?
—Calculamos que ochocientos. En las zonas Prioritaria A y Prioritaria B, como
máximo cien.
Buena noticia, siempre que no se colara nadie. En términos de riesgo de
contaminación poco importaban unos cuantos intrusos. En aquel aspecto la situación
era positiva. No lo era, por el contrarío, en términos de gestión informativa. Corrían
malos tiempos para montar caballos phooka. Demasiada gente con cámaras de vídeo.
Demasiados helicópteros de cadenas de televisión. Demasiados ojos.
Dijo Kurtz:
—Ven, vamos a la tienda. Me están instalando un remolque, pero aún no ha
llegado.
—Un momento —dijo Underhill, y subió deprisa al autobús.
Volvió a bajar con una bolsa de Burger King manchada de grasa, y en el hombro
una grabadora. Kurtz hizo un gesto con la cabeza, refiriéndose a la primera.
—La acabarás palmando.
—¿Hacemos de protagonistas de La guerra de los mundos y tú te preocupas por
el colesterol?
Tras ellos, uno de los valientes cazadores que acababan de llegar exponía su
voluntad de llamar a su abogado, lo cual debía de significar que era banquero. Kurtz
acompañó a Underhill al interior de la tienda. Volvía a haber luces en el cielo, luces
corriendo por debajo de las nubes, saltando y bailando como dibujos animados de
Walt Disney.
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