Page 203 - El cazador de sueños
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           —Hola, jefe —dijo Underhill.
               Iba  igual  que  los  demás,  con  mono  completamente  verde,  pero  coincidía  con

           Kurtz en llevar arma al cinto. El autobús estaba ocupado por unas dos docenas de
           hombres, la mayoría de los cuales daba los últimos bocados a su temprano almuerzo.
               —Oye, ¿qué comen? —preguntó Kurtz.

               Su metro noventa y cinco de estatura le daba gran ventaja sobre Underhill, que a
           su vez debía de sacarle unos treinta kilos.

               —Burger King. Nos cogía de paso. Yo tenía miedo de que no cupiéramos, pero ha
           dicho Yoder que podríamos entrar, y tenía razón. ¿Quieres un Whopper? Ahora ya
           deben de haberse enfriado un poco, pero seguro que hay un microondas en alguna
           parte.

               Underhill señaló la tienda con la cabeza.
               —Paso. Llevo una temporada con el colesterol un poco alto.

               —¿Y la ingle?
               Seis años antes, jugando a raquetball, Kurtz había sufrido una hernia grave que
           había  sido  el  catalizador  de  la  única  discusión  entre  él  y  Underhill;  nada  serio,  a
           juicio de este último, pero con Kurtz nunca se sabía. Tras el rostro público de Kurtz,

           tan peculiar, pasaban las ideas casi a la velocidad de la luz, el orden del día estaba en
           permanente  reescritura  y  las  emociones  se  jugaban  a  cara  o  cruz.  Para  algunos

           (muchos, a decir verdad), estaba loco. Owen Underhill no lo tenía tan claro, pero era
           consciente de que con un individuo así convenía andarse con pies de plomo.
               —Bien, bien —dijo Kurtz.
               Se  colocó  una  mano  entre  las  piernas,  dio  a  sus  partes  un  estirón  en  broma  y

           obsequió a Owen con el panorama de su dentadura.
               —Me alegro.

               —¿Y tú? ¿Cómo te va la vida?
               —¿Yo? A tope —dijo Owen.
               Por la carretera, ahora se acercaba con la misma lentitud que el autobús (pero sin

           tantas dificultades) un Lincoln Navigator recién estrenado en cuyo interior viajaban
           tres cazadores vestidos
               de naranja. Los tres eran fornidos, y el espectáculo de los helicópteros y el tráfago

           de  soldados  con  mono  verde  les  tenía  boquiabiertos.  Sobre  todo  los  fusiles.  ¡Ha
           llegado Vietnam al norte de Maine! Tardarían muy poco en reunirse con el resto en la
           zona de confinamiento.

               Cuando el Navigator frenó detrás del autobús, se le acercaron seis hombres. Los
           de dentro eran tres abogados o banqueros con problemas de colesterol (como Kurtz) y
           un  buen  fajo  de  acciones  en  bolsa;  abogados  o  banqueros  haciéndose  pasar  por



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