Page 234 - El cazador de sueños
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pensar: nosotros olemos el vino, los perros se huelen mutuamente el culo, y en el
fondo viene a ser lo mismo. Después se le encendió el recuerdo de su padre con leche
en la barbilla. Con Rhonda habían intercambiado sonrisas, y Henry había pensado
que sería un alivio indescriptible acabar con todo, y que, ya que había que hacerlo,
más valía que fuera deprisa.
Ahora el olor no era de vino, sino de algo húmedo y sulfuroso. Tardó un poco,
pero al final lo identificó: la mujer que les había hecho volcar. Era el mismo olor de
descomposición intestinal.
Pisó la losa sabiendo que era la última vez que entraba, y sintió el peso de
muchísimos años: risas, conversaciones, cervezas, alguna que otra sesión de porros,
el día de 1996 en que habían hecho una guerra de comida (¿o de 1997?), disparos,
aquel olor amargo, mezcla de pólvora y sangre, que identificaba la temporada del
ciervo, olor a muerte y amistad, a todo el fulgor de la niñez…
Volvió a dilatar la nariz. Ahora el olor era más fuerte, y más químico que
orgánico, quizá por su abundancia. Miró hacia adentro. En el suelo volvía a haber la
misma especie de moho peludo, pero no tapaba del todo la madera. En cambio en la
alfombra navajo había proliferado tanto que costaba distinguir el dibujo. Era evidente
que le sentaba bien el calor, pero no dejaba de ser inquietante que se extendiera tan
aprisa.
Henry estuvo a punto de entrar, pero se lo pensó mejor y prefirió retroceder dos o
tres pasos de la puerta, quedándose en la nieve y pensando en la hemorragia nasal y
los agujeros que tenía en las encías, donde por la mañana, al despertarse, había tenido
dientes. Lo más probable, en caso de que el moho generara alguna clase de virus de
transmisión aérea como el Ébola o el Hanta, era que no tardara en pringarla, y que
cualquier medida equivaliera a atrancar la puerta del establo después del robo del
caballo, pero tampoco tenía sentido correr riesgos innecesarios.
Dio media vuelta y rodeó Hole in the Wall hacia el lado del Barranco. Seguía
caminando por el rastro prensado del Arctic Cat, para no hundirse en la nieve fresca.
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